EL DESEO DE AMAR

“En cuanto tengamos el verdadero deseo de amar, ya habremos empezado a amar” (San Francisco de Sales).

Son palabras reconfortantes de un santo que, evidentemente, no sólo tenía una relación muy cercana con el Señor, sino que también conocía muy bien el alma humana. ¡Cuántas veces queremos amar de verdad y, sin embargo, tropezamos una y otra vez con nuestros límites!

¿Es de sorprender que sea así? La verdad es que no.

Cuando experimentamos el desbordante amor de nuestro Padre Celestial, que se nos revela inagotablemente en su Hijo, entonces nos encontramos frente a un amor que supera nuestras capacidades humanas. Al mismo tiempo, se dirige a nosotros la invitación de imitar al Señor.

Pero ¿cómo será esto posible? ¡Sólo por la gracia de Dios! Por el amor que ha sido derramado en nuestros corazones (Rom 5,5), por la decisión de nuestra voluntad, tal vez también por el anhelo de nuestro corazón, si ya se ha despertado al menos un poco de su letargo.

Nuestro Padre ha sembrado en nosotros el deseo de amar, y cuanto más le escuchamos y le dejamos actuar en nosotros, tanto más se despierta nuestro corazón, a menudo adormecido, perezoso y a veces incluso frío. ¡Entonces el corazón querrá amar!

Puesto que es un amor infinito el que nos llama, tendremos que experimentar una y otra vez nuestras limitaciones, porque nuestro corazón requiere ser totalmente transformado. Debe ser quitado de nuestro pecho el “corazón de piedra” e ir tomando forma un “corazón nuevo”, moldeado según el Corazón de Dios (cf. Ez 36,26).

Éste es un camino regio, y cada limitación que experimentemos se nos convertirá en un desafío.

“¡Puedes amar aún más!” –nos retará el Señor.
“Lo intento y lo deseo” –le responderemos.
“Entonces ya estás amando, y ese amor crecerá aún más” –dirá nuestro Padre. “Continúa por este camino”.

Así nos reconfortará, nos levantará y nos fortalecerá para seguir adelante en el camino del amor.