«Mi Hijo, es el depósito de esta fuente. Así, los hombres pueden siempre acudir a Él y beber de su Corazón, que está lleno del agua de salvación hasta desbordarse» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Aquí nos encontramos con el misterio del amor de Dios, que hace fluir su inagotable amor hacia nosotros a través de su Hijo. Solo tenemos que acudir a Él, tocar a la puerta de su corazón y su amor se derramará sobre nosotros en abundancia. El agua de salvación en el depósito siempre está fresca y se ofrece a los hombres para que vengan y beban de ella. ¡Qué situación tan triste cuando las personas atraviesan el desierto de esta vida sin encontrar el agua de salvación, sin siquiera buscarla o incluso bebiendo agua contaminada!
El corazón del Hijo de Dios está abierto para nosotros y anhela que recibamos el amor que nos ofrece. Si no acudimos a la fuente de agua viva, desaprovechamos la gracia de Dios, como dio a entender Jesús a la mujer samaritana: «El que beba del agua que yo le daré no tendrá sed nunca más, sino que el agua que yo le daré se hará en él fuente de agua que brota para vida eterna» (Jn 4,14).
Y no solo nos perjudicamos nosotros mismos si la desaprovechamos, sino que al Señor le duele no poder concedernos su amor redentor. ¿Acaso no sufriría cualquiera de nosotros al ver que las personas a las que ama no aprovechan la gracia que Dios les ofrece?
Y hay otra consecuencia más: si nosotros mismos no bebemos del agua de la salvación, tampoco podremos indicar a otras personas dónde hallarla. Si lo dijéramos simplemente porque lo hemos escuchado, no sería con convicción.
