Is 25,6-10a
Sobre este monte, el Señor Todopoderoso preparará para todos los pueblos un banquete de manjares especiales, un banquete de vinos añejos, de manjares especiales y de selectos vinos añejos. Sobre este monte rasgará el velo que cubre a todos los pueblos, el manto que envuelve a todas las naciones. Devorará a la muerte para siempre; el Señor omnipotente enjugará las lágrimas de todo rostro, y quitará de toda la tierra el oprobio de su pueblo. El Señor mismo lo ha dicho. En aquel día se dirá: “¡Sí, este es nuestro Dios; en él confiamos, y él nos salvó! ¡Este es el Señor, en él hemos confiado; regocijémonos y alegrémonos en su salvación!” La mano del Señor se posará sobre este monte.
Con su venida al mundo y a través de todas las obras de la salvación, el Señor rasgó el velo que cubría a todos los pueblos y el manto que envolvía a las naciones. La luz del Evangelio ha llegado hasta los confines de la Tierra, y el Espíritu Santo ha conducido a muchos al conocimiento de la verdad. En principio, el acceso a Dios está abierto para todos los hombres. Cada uno puede acercarse a Jesús y, por medio de Él, llegar al Padre. Entonces, Dios cumplió las promesas al enviar a su Hijo. ¡Y esta “hora de la gracia” sigue vigente! ¡A cada uno se le ofrece el camino de la salvación!
En contraste con ello, tenemos la realidad de que muchos pueblos ya no aprecian la “hora de la gracia”, que la apostasía está incrementando, que siguen existiendo muchos pueblos –por ejemplo en el continente asiático– a los que aún no les ha llegado realmente el mensaje del Evangelio… En las otras religiones el conocimiento de Dios a menudo permanece en la penumbra, y el Pueblo de Israel sigue estando cubierto por aquel velo que impide a muchos judíos reconocer al Señor.
¡La promesa aún no se ha cumplido enteramente! Todavía hay algo pendiente, que nosotros podemos esperar anhelantes. Son pocas las veces en que podemos ver con claridad cómo y de qué forma Dios cumplirá a plenitud Sus promesas. Hay cosas que se entienden recién en el momento en que ya suceden. Pero, ¿cómo podemos mantenernos firmes en la fe de que realmente sucederá lo que ha sido predicho, poniendo así nuestra parte para que llegue el cumplimiento de las promesas? No se trata, pues, de una espera meramente pasiva; sino de cooperar en la obra del Señor.
Es el Espíritu Santo quien conduce a los hombres al conocimiento de la verdad (cf. Jn 16,13); es Él quien nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (cf. Jn 14,26). Fue el Espíritu Santo quien descendió sobre los Apóstoles, haciéndolos capaces de comprender las Escrituras y de anunciarlas con autoridad. Fue el Espíritu Santo quien convenció a los oyentes en lo más profundo de su ser, dándoles la luz para reconocer a Jesús como el Señor (cf. 1Cor 12,3).
Esto significa que la clave para que se cumpla por completo la promesa es el Espíritu Santo, quien lleva a plenitud la obra de la salvación.
Si esto es así, ¿qué es lo que nosotros podemos hacer de nuestra parte, como colaboradores del Espíritu Santo, para que se cumplan las maravillosas promesas, de manera que la humanidad “se regocije y se alegre por su salvación”?
Por un lado, hemos de dejarnos guiar por el Espíritu Santo. Si le permitimos hacer a un lado todo lo que obstaculiza Su actuar en nosotros, entonces nuestras palabras y obras serán cada vez más sobrenaturales. Así serán también más eficaces y traerán más luz a este mundo.
Pero, ¿será que también podemos mover al Espíritu Santo a apresurarse, para que cuanto antes se cumplan a plenitud las promesas?
La Sagrada Escritura sugiere que sí… Nuestra oración perseverante, el tocar con insistencia a la puerta de Dios, el rezar sin desfallecer, trasciende hasta el Señor. ¡Recordemos tan solo el primer milagro de Jesús, en Caná de Galilea (cf. Jn 2,1-11)! Podemos decir que sucedió gracias a la intercesión de la Virgen María. En el contexto de la meditación de hoy, diríamos que María movió a su Hijo a realizar aquel milagro y a “anticipar” su hora.
¿Acaso no podrá Ella también mover al Espíritu Santo, su Esposo Divino, a hacerlo todo con prontitud? Yo creo que vale la pena pedírselo con todo el corazón a la Virgen… ¡Ella acogerá más que complacida esta petición!