EL CUIDADO DE DIOS

“Sin tentaciones, no percibiríamos el cuidado de Dios por nosotros, ni adquiriríamos la confianza en Él, ni aprenderíamos la sabiduría del Espíritu, ni se consolidaría el amor a Dios en el alma” (Isaac de Siria).

Lo que hemos dicho en las últimas meditaciones con respecto a la lucha contra los poderes de las tinieblas, podemos aplicarlo también al combate contra las tentaciones, a las que estamos inevitablemente expuestos durante nuestra peregrinación por este mundo. Éstas forman parte de la lucha que se nos ha encomendado.

Nuestro Padre se vale de ellas para formarnos y hacernos crecer espiritualmente. Muy sabiamente, Isaac de Siria supo insertar las tentaciones en el camino de seguimiento de Cristo, considerándolas como una manifestación de la gracia.

En efecto, cuando, por gracia, hemos resistido a una tentación, resuena en nuestro interior la alabanza de Dios, sabiendo con toda seguridad que fue el Señor quien nos rescató y agradeciéndole por ello.

Pero incluso cuando hemos sucumbido a la tentación y nos ponemos en camino para buscar el perdón y la misericordia de Dios, constatamos cómo nuestro Padre mantiene abierto su Corazón de par en par para reconciliarnos con Él. Entonces tomamos consciencia de que nunca nos abandona, y  percibimos su gran cuidado por nosotros, al volver a remover de nuestra alma la sombra del pecado, siempre y cuando se lo permitamos.

En el Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre lo describe en estos términos:

“Yo soy el Océano de la caridad. Os he hecho conocer la fuente que mana de mi pecho para apagar vuestra sed (…). Si vosotros mismos, por ignorancia o por debilidad, recaéis en el estado de una gota amarga, yo sigo siendo un Océano de amor, dispuesto a recibir esta gota amarga, para transformarla en caridad y en bondad, y para hacer de vosotros santos, como lo soy yo, vuestro Padre.”