EL CRISOL DEL AMOR DIVINO

“Yo mismo vengo a traer el fuego ardiente de la Ley del amor, para así derretir y destruir la enorme capa de hielo que envuelve a la humanidad.” (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio)

Cuando el Señor vuelva, ¿encontrará fe sobre la tierra? (Lc18,8)
Siendo realistas, hay que admitir que el panorama se ve sombrío. Cuando miramos a nuestro alrededor, tenemos que constatar que la fe y, en consecuencia, la relación viva del hombre con Dios está a punto de extinguirse. Lamentablemente, hay que hablar incluso de apostasía… ¡Una situación desesperada!

Sin embargo, nuestro Padre no se rinde. Con infinita paciencia lucha por cada persona. A las numerosas infidelidades responde con un amor cada vez mayor. Ni siquiera la enorme capa de hielo que rodea los corazones de los hombres espanta a nuestro Padre. Antes bien, Él quiere derretirla.

Lucha incansablemente por conquistarnos, hasta encontrar un acceso a nuestro corazón, por pequeño que éste sea. Habiendo entrado, colmará con su amor a esta alma, de modo que ella no lo olvide nunca más. Pero, por desgracia, tampoco hay garantía de que entonces le permanezca fiel para siempre.

Nosotros, que queremos servir a nuestro Padre Celestial, deberíamos imitar su paciencia y pedirle su fuerza. También nosotros hemos de recorrer el camino del Señor sin desfallecer. En la medida en que crezcamos en el amor, podremos ayudar a que los corazones de los hombres sean tocados. Al fin y al cabo, toda persona ha sido creada por amor y para el amor. Si hay algo que aún pueda tocarla, probablemente sea sólo el verdadero amor.

Pero todos nuestros esfuerzos por crecer en el amor y por ayudar así a que llegue una nueva primavera para los hombres, para que no pasen su vida sin hallarle su verdadero sentido, debe tener una motivación más, que se desprende de estas palabras del Mensaje del Padre:

“El amor a mis criaturas es tan grande, que no experimento ninguna alegría como la de estar en medio de los hombres.”

Estas dos motivaciones –el amor a los hombres y el amor al Padre– han de convertirse en una llama ardiente que nunca se apague, sino que se extienda más y más. Así, haremos nuestra parte para que el crisol divino pueda derretir la capa de hielo que rodea los corazones.