“Mientras permanezcas en mi corazón, estarás bajo mi protección divina. Aunque los poderes de las tinieblas se subleven, nada alcanzarán” (Palabra interior).
Nuestro Padre nos ofrece su Corazón como refugio, pues contra Él nada pueden lograr los poderes de las tinieblas. Éstos atacan al hombre para confundirlo y, de ser posible, arrebatarle la gracia. Pero, si permanecemos en el Corazón de Dios, sus esfuerzos serán en vano.
Permanecer en su Corazón significa centrar la mirada en Él, estar seguros de su amor, actuar conforme y en este amor, y volver inmediatamente a Él si nos hemos desviado.
Los poderes de las tinieblas no lo soportan, porque el fuego divino los ahuyenta y, en consecuencia, no pueden llevar a cabo sus siniestros planes. Se enfurecen, se rebelan; pero tienen que huir del amor de Dios y no pueden lograr nada. En efecto, nuestro Padre es capaz de transformar sus planes de maldad en planes de salvación para los suyos. ¡La Cruz les ha arrebatado su poder!
Nuestro Padre edifica su trono en el corazón del hombre, cuando éste vive en estado de gracia. Así, en todas las situaciones –y especialmente cuando nos sentimos amenazados– podemos entrar en lo más íntimo de nuestro corazón, allí donde habita nuestro Padre. De esta manera, nos sustraemos de la influencia de los poderes hostiles a Dios y permanecemos enteramente refugiados bajo sus alas (cf. Sal 90,4). Y cuando entramos en el Corazón de Dios podemos, en el Nombre de Jesús, ahuyentar y debilitar a los poderes del mal con nuestra oración (cf. Mc 16,17).
Pero es necesario que permanezcamos atentos, para que pueda hacerse eficaz este poder del que Dios nos hace partícipes. El Señor nos atrae con su amor, para que le abramos de buena gana las puertas de nuestro corazón y Él ponga ahí su morada. Esta íntima relación con el Padre debe ser cultivada, para que las múltiples distracciones y dispersiones no nos aparten de lo esencial, que es permanecer en este amor. ¡Sólo entonces los poderes de la oscuridad quedarán impotentes, a pesar de todos sus esfuerzos!