EL CIELO DE DIOS EN NUESTRAS ALMAS

Nuestro Padre se complace en estar junto a nosotros, los hombres. Así nos lo asegura Él mismo:

“Concluid, oh hombres, que desde toda la eternidad he tenido un solo deseo: darme a conocer a los hombres y ser amado por ellos. ¡Deseo permanecer incesantemente junto a ellos!”

Desde la caída en el pecado, cuando el hombre perdió la relación familiar y confiada con Dios, Él no cesó de buscarlo: “Adán, ¿dónde estás?” (Gen 3,9). Estas palabras las pronuncia el Señor casi ininterrumpidamente, y se podría añadir: “¿Es que ya no me conoces?, ¿no sabes que te busco?”

En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios escogió el Arca de la Alianza para estar entre nosotros, los hombres:

“¿Queréis una prueba auténtica de este deseo que acabo de expresar? ¿Por qué ordené a Moisés que construyera el Tabernáculo y el Arca de la Alianza, si no es porque tenía el ardiente deseo de venir a morar con Mis criaturas, los hombres, como un Padre, un hermano y un amigo de confianza?”

Con la venida de Jesús al mundo, el Padre mismo vino a nosotros en la Segunda Persona de su Divinidad.

“Señor, muéstranos al Padre” –le pide Felipe a Jesús (Jn 14,8).

“El que me ve a mí, ve al Padre” –le responde el Señor, dándole a entender a su discípulo cuán cerca de nosotros ha venido el Padre en la Persona de su Hijo: para buscar lo que estaba perdido (Lc 19,10), para conducirnos de regreso a casa, para concedernos la vida eterna…

Día tras día, Dios nos busca; constantemente nos habla y nos da a entender su amor: en su Palabra, en los santos sacramentos, en la inhabitación en nuestro corazón y en las muchas maneras que su amor ha ideado.

Si le abrimos a nuestro Padre las puertas de nuestro corazón, éste será su paraíso:

“Vuestro Cielo, criaturas Mías, está en el Paraíso, con Mis elegidos, porque será ahí, en el Cielo, donde me contemplaréis en una visión perenne y gozaréis de una gloria eterna. Mi cielo, en cambio, está en la Tierra con todos vosotros, oh hombres. Sí, es en la Tierra y en vuestras almas donde busco Mi felicidad y Mi alegría. Vosotros podéis darme esta alegría; e incluso es un deber para con vuestro Creador y Padre, que desea y espera esto de vosotros.”

Detengámonos en esta afirmación: ¡El cielo de Dios está en nuestras almas! ¡Éste es el regalo más hermoso que podemos darle!