“Vuestro cielo, criaturas mías, está en el Paraíso, con mis elegidos, porque será ahí, en el cielo, donde me contemplaréis en una visión perenne y gozaréis de una gloria eterna. Mi cielo, en cambio, está en la tierra con todos vosotros, oh hombres. Sí, es en la tierra y en vuestras almas donde busco mi felicidad y mi alegría. Vosotros podéis darme esta alegría; e incluso es un deber para con vuestro Creador y Padre, que desea y espera esto de vosotros” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
A nosotros, los hombres, nos resulta difícil imaginar y entender cuánto nos ama el Padre Celestial y a qué dignidad quiere elevarnos. En el evangelio, el Señor nos dice que la Santísima Trinidad quiere poner su morada en nosotros (Jn 14,23). En el pasaje que hoy hemos escuchado de su Mensaje, el Padre nos da a entender que su cielo es nuestra alma. Sólo podremos entenderlo desde la perspectiva del amor…
Recordemos el relato de la Creación: “Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra (…). Y vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien” (Gen 1,26a.31).
El Padre, movido por el amor, creó al hombre a su imagen y semejanza. Pero este amor sólo llega a su consumación cuando el hombre vive en unión con su Creador. Dios anhela tanto esta unión que hace todo lo posible para que el alma corresponda a su amor. En un alma tal, Él puede derramar todo lo que ha dispuesto para el hombre. ¡Y esa es su alegría! Podríamos decir que, cuando la creatura está plenamente unida al Creador, éste puede gozar un “cielo del amor” y ha alcanzado el objetivo de su Creación.