“Tienes que velar sobre tu vida y vivirla con gran fidelidad. ¡Yo me encargaré de todo lo demás!” (Palabra interior).
Estas palabras se refieren especialmente a la vida espiritual y nos recuerdan aquellas otras palabras de Jesús: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,33).
Debemos siempre velar cuidadosamente sobre nuestra vida espiritual, porque fácilmente caemos en la tentación de descuidarla, y esto siempre acarrea consecuencias negativas. Tal vez no lo notemos inmediatamente, pero, a largo plazo, nuestra alma pierde su vigor y las tentaciones nos seducen con mayor facilidad, pues no nos encuentran suficientemente equipados.
Esta vigilancia, junto con nuestro esmero por poner en práctica aquello que nuestro Padre Celestial nos pide, es nuestra contribución para que la guía de Dios pueda desplegarse y fructificar en nuestra vida.
Como San Pablo, recurramos a un ejemplo del mundo del deporte para entenderlo mejor: un futbolista tiene que sentar las bases mediante un entrenamiento disciplinado para que el talento que le ha sido dado pueda desarrollarse. Por el otro lado, puede también desperdiciar este talento si no toma el control de su vida.
Algo similar sucede con la gracia que Dios, en su infinita bondad, nos concede. Si la administramos con responsabilidad, la presencia del Señor podrá desplegarse como un río de vida que brota del Trono de Dios y del Cordero para sanar a las naciones (cf. Ap 22,1-2).
En otras palabras, nos convertimos cada vez más en un instrumento bien afinado en el que el Padre puede hacer resonar el canto de su amor.