«Tienes que soportar las horas oscuras y las pruebas para que toda tu confianza se aferre a mí» (Palabra interior).
Esta es una de las lecciones más difíciles que tenemos que aprender en nuestro camino hacia la eternidad, pero es muy importante y fructífera. Nuestro Padre nunca desea activamente el mal ni el sufrimiento. ¿Por qué habría de quererlo? Sin embargo, el mal entró en el mundo como consecuencia del pecado del hombre, trayendo consigo el sufrimiento y la muerte, como nos enseña nuestra fe. Perdimos la inocencia paradisíaca y ahora el hombre vive bajo esta sombra.
La fe nos enseña que el Hijo de Dios se abajó hasta nosotros, los hombres, y se hizo hombre Él mismo para redimirnos. Si aceptamos, a través de la fe, la salvación que nos ofrece y seguimos al Señor, se nos allana el camino hacia la vida eterna.
Sin embargo, Dios aún no ha eliminado el sufrimiento en la Tierra. Eso solo ocurrirá en la eternidad. Ahora bien, Dios se vale del sufrimiento de diversas maneras y lo hace fructificar para el bien del hombre. En este aspecto hace hincapié la frase de hoy. Se trata del crecimiento en el camino espiritual.
Si aprendemos a afrontarlo con una actitud espiritual, el sufrimiento nos lleva a aferrarnos más a nuestro Padre y a confiar más profundamente en Él. Entonces, constatamos una y otra vez —generalmente a posteriori— cómo el Padre nos sostuvo en medio de la sombra y el sufrimiento sin abandonarnos jamás. Esta certeza acrecienta nuestro amor a Dios y nos ayuda a perder poco a poco el miedo al sufrimiento que podría sobrevenirnos.
En lugar de temerlo, puede crecer en nosotros la disposición a sobrellevar conscientemente el sufrimiento por amor a Dios y a las almas. Así nos asemejamos más a nuestro Señor y nos aferramos a nuestro Padre.
Eso es lo que Dios quiere y así es como nos hace madurar.