“Nada es difícil cuando se ama a Dios” (Venerable Anne de Guigné).
Esta frase de una jovencita santa francesa da en el clavo. Es el amor el que lo transforma todo. En efecto, fue él el que nos trajo la Redención, porque “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito” (Jn 3,16).
“El amor es fuerte como la muerte” (Ct 8,6), e incluso podríamos decir que, de algún modo, es aún más fuerte que la muerte, porque tantos cristianos, por amor a Jesús, han preferido la muerte antes que renegar el Nombre del Señor.
Sólo tenemos que mirar a nuestro Padre para empezar a entender el amor y para encontrarnos con él sin límites. Sí, Él mismo es el amor (1Jn 4,8).
¿Y cuál ha de ser nuestra respuesta?
Cuando nos dejamos tocar por el amor de Dios, nuestro corazón se enciende y empezamos a cargar el suave yugo de Jesús. Entonces desaparece la pesadez de nuestra vida. Descubrimos que el amor es la razón de nuestra existencia y nos sabemos infinitamente amados. Así, crece en nosotros la confianza para sobrellevar todo lo que Dios pone en nuestro camino e incluso hacerlo de buena gana, entendiéndolo desde la perspectiva del amor y dejándonos bendecir por él.
Este es el camino de la sencillez. Nuestra voluntad está llamada a intentar hacer las cosas por amor a Dios. Y entonces notamos que nosotros mismos somos sostenidos por este amor y empezamos a cooperar cada vez más con él. Al principio puede seguir pareciéndonos laborioso, y quizá sigamos quejándonos a veces de la pesadez y las fatigas de la vida terrenal. Pero si nos dirigimos al Señor, todo se vuelve más luminoso y más fácil. Vuelve el ánimo, y entonces podemos comprender y aplicar cada vez mejor la frase de esta pequeña santa: “Nada es difícil cuando se ama a Dios”