En este día en que celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, resulta muy oportuno hablar sobre el Santo Rosario, una clásica meditación cristiana que está íntimamente relacionada con la Virgen María.
De hecho, fue Ella quien portó al Señor en su vientre y en su corazón. Si queremos que Jesús nazca más profundamente en nuestro corazón, Ella, siendo nuestra madre espiritual, nos ayudará gustosamente. Lo que más le complace es que escuchemos a su Hijo y que Él habite en nuestro corazón. Su alegría es ver que Jesús vaya tomando forma en nuestra vida. ¿A qué madre no le gustaría que a su hijo se le rindiera el respeto, el amor y la atención que merece? ¡Cuánto más se aplica esto a la Madre de Dios, cuyo Hijo nos trae la salvación!
Por tanto, si aprendemos a contemplar a María como nuestra Madre espiritual y le pedimos que nos ayude a conocer mejor a su Hijo, Ella nos introducirá en esa relación de amorosa confianza con Jesús en la que Ella misma vive.
El Santo Rosario es un excelente medio para ello. En sus apariciones, la Virgen pide una y otra vez que recemos asiduamente esta oración.
Al Santo Rosario se le llama también el «pequeño salterio», mientras que el «gran salterio» abarca los 150 salmos de la Sagrada Escritura.
Ahora bien, ¿en qué sentido nos ayuda el Rosario a interiorizar nuestra vida de fe? Si lo miramos con más detenimiento, descubriremos que se trata de una sorprendente obra de arte espiritual, pues en él están presentes muchos de los elementos básicos de la oración:
Como apertura, la profesión de fe (el Credo), la oración que Jesús nos enseñó y las tres Avemarías de la introducción, en las que se piden las tres virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad, seguidas por un «Gloria», en adoración al Dios Trino.
En relación con nuestro tema, detengámonos sobre todo en el aspecto de la frecuente repetición y en los misterios de la salvación que se contemplan en el Santo Rosario.
Al repetir las Avemarías, pronunciamos una y otra vez el anuncio del ángel a la Virgen, mientras meditamos las diferentes estaciones de la vida de Jesús. Así, la intención de esta forma de oración es que los misterios de la fe que nos han sido revelados queden impresos en nuestro corazón, es decir, que no solo estén en nuestro entendimiento como un conocimiento teórico y un recuerdo, sino que puedan penetrar en nuestro corazón e incluso en el inconsciente.
La continua repetición de la salutación angélica, con la que se inició el acontecimiento de la Encarnación del Verbo de Dios, nos hace comprender lo maravilloso de la obra que Dios realizó en la Virgen María. Al interiorizar estas palabras, también nuestro corazón se abre para recibir la gracia que Dios concede al mundo al enviar a su propio Hijo.
Cuando la Virgen fue «cubierta con la sombra del Espíritu Santo» (cf. Lc 1, 35), se produjo la unión de la divinidad y la humanidad en el Hijo de Dios, una unión como nunca antes se había dado ni se dará después. Este acontecimiento único del amor, que meditamos en el primer misterio gozoso, nos invita a que también nosotros, como María, acojamos al Señor en nuestro interior. Si María concibió corporalmente al Señor gracias a la obra del Espíritu Santo, también nosotros, a través de la acción del mismo Espíritu Santo, podemos recibirlo cuando nuestra alma está en gracia de Dios y abierta a la venida de Jesús.
Estamos llamados a convertirnos en «templos del Espíritu Santo» (cf. 1Cor 3,16), y el Espíritu Santo quiere que el Señor que ha nacido en nuestro corazón crezca en edad y en sabiduría (cf. Lc 2,52).
Para entenderlo mejor, fijémonos brevemente en lo que sucede en la Santa Misa, donde se hace visible lo que también ha de suceder en nuestro interior. El sacerdote invoca al Espíritu Santo sobre el pan y el vino, y si pronuncia las palabras de la consagración como corresponde, entonces las ofrendas se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, tal y como creemos firmemente los católicos. Al recibir la Santa Comunión, Jesús se une a nosotros de forma sacramental, es decir, pone su morada en nosotros.
Así, vemos cómo la oración del Santo Rosario, tan sencilla y hermosa, hace que el Señor tome cada vez más forma en nosotros. Por tanto, se lo recomiendo encarecidamente a todos aquellos que quieran dejarse conducir por la dulce mano de María hacia una unión más profunda con su Hijo.
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Meditación sobre la lectura del día (Solemnidad de la Inmaculada Concepción): https://es.elijamission.net/destinados-a-la-alabanza-de-dios-2/
