Otro de los signos que precederán al Retorno del Señor es la conversión de los judíos. Concretamente, esto significa que muchos judíos han de aceptar el Evangelio y reconocer a Jesús como el Mesías.
Uno puede preguntarse por qué la conversión del Pueblo de Israel tiene tal relevancia que se menciona como una de las señales precursoras de la Segunda Venida de Cristo. Intentemos entenderlo: no es que Dios haya rechazado a Israel, aun si solo fue un «santo remanente» de israelitas el que creyó en el Mesías y asumió la gran tarea de anunciarlo a todos los pueblos, cumpliendo así la voluntad de Dios. Pero nunca debemos olvidar que fue gracias al anuncio de los apóstoles, procedentes del pueblo judío, que la fe en el Mesías de Israel llegó hasta nosotros. Por tanto, no todo el Pueblo endureció su corazón y rechazó al Mesías, sino que hubo quienes dieron su vida por seguir al Señor. Pensemos en un San Pablo, que anunció incansablemente el Evangelio.
Escuchemos en una de sus cartas hasta qué punto amaba a sus hermanos «según la carne»:
«Cristo es testigo de que digo la verdad, y de que no miento –además me lo dice mi conciencia, guiada por el Espíritu Santo–: siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo maldito, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne. Son israelitas; ellos disfrutaron de la adopción filial, de la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas y los patriarcas; de ellos también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén» (Rom 9,1-5).
Y más adelante continúa:
«Hermanos, anhelo de todo corazón, y así se lo pido a Dios en la oración, que mis compatriotas se salven. Puedo testificar en su favor que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento» (Rom 10,1-2).
En estos pasajes, no solo habla el apóstol san Pablo, sino que resuena el amor y la preocupación de Dios por su Pueblo. Aún hay algo pendiente con los hijos de Israel; la historia de salvación con ellos no ha llegado a su fin.
«No quiero que ignoréis, hermanos, este misterio, para que no presumáis de sabios: el endurecimiento parcial que ha padecido Israel durará hasta que entren todos los gentiles. De ese modo, todo Israel se salvará, como dice la Escritura: ‘Vendrá de Sión el Libertador; alejará de Jacob las impiedades. Y esta será mi alianza con ellos, cuando haya borrado sus pecados’» (Rom 11,25-27).
Este pasaje sugiere que, en el contexto del Retorno de Jesús, el endurecimiento de Israel se disolverá, es decir, que reconocerán al Señor. Por eso me gusta emplear el término «la iluminación de Israel», porque no se pretende negar que los judíos creyentes tengan un gran celo por el verdadero Dios. Sin embargo, les falta el conocimiento del Mesías. Por ello, hay que decir que, a nivel objetivo, permanecen en enemistad frente al Evangelio hasta el día de hoy, aunque, en cuanto a la elección, son amados de Dios, como afirma San Pablo:
«Por lo que se refiere al Evangelio, han llegado a ser enemigos para vuestro bien; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de sus padres» (Rom 11,28).
Esta divergencia de ser, por un lado, amados por Dios con predilección, y por otro, cerrarse a su obra salvífica en Cristo, es una condición insoportable que clama redención. Dios lo ha permitido durante un largo período de tiempo, pero no terminará así.
Como nos hace entender san Pablo, la conversión de los judíos a Cristo traerá bendición a la humanidad entera:
«Pues si su caída es riqueza del mundo, y su fracaso riqueza de los gentiles, ¡cuánto más lo será su plenitud! Porque si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su restauración sino una vida que surge de entre los muertos?» (Rom 11,12.15).
Por eso es particularmente importante rezar por los judíos y anunciarles al Señor de forma apropiada. Esto se vuelve aún más urgente de cara al Retorno de Cristo. Llegados a este punto, podemos relacionar la meditación de hoy con la de ayer. Antes de que Jesús vuelva en su gloria, el Evangelio debe ser anunciado en todo el mundo. Esta obligación nos incumbe a nosotros, que ya hemos tenido la gracia de convertirnos a Jesús. Por amor a Él y a los hombres, debemos cooperar para que el Señor retorne pronto y convertirnos en mensajeros del Evangelio. En lo que respecta al papel del pueblo judío, su encuentro con Aquel que vino a salvarlos traería una gran riqueza al mundo, conforme a las palabras del Apóstol, y daría un enorme dinamismo a la evangelización de todos los pueblos.
Entonces, ¿qué nos impide incluir esta intención de manera especial en nuestras oraciones? ¿Acaso no es «justo y necesario» que recemos de forma particular por aquel pueblo del que nació el Mesías, su Madre, los Apóstoles y donde se formó la Iglesia? Así, podemos poner nuestro «granito de arena» para acelerar la Segunda Venida del Señor.
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Meditación sobre la antífona O del 18 de diciembre: https://es.elijamission.net/o-adonai-2/
