En las dos últimas meditaciones, hemos hablado sobre la vigilancia y sobre cómo debemos guardar aceite de reserva para nuestras lámparas, tal y como hicieron las vírgenes prudentes de la parábola evangélica (cf. Mt 25,1-13). Ambos aspectos son apropiados para acrecentar el amor, que es imprescindible para no desfallecer a lo largo del camino y de nuestra espera del Señor.
Hay muchas maneras de expresar el amor a Jesús y al prójimo. Como escuchamos ayer, el amor es creativo. El amor también se interesa por conocer los deseos más profundos de la persona amada. Si le preguntamos a Jesús cuál es el mayor deseo de su corazón, la respuesta será clara: ¡que el Padre sea glorificado!
«Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que el mundo existiese. He manifestado tu Nombre a los hombres que tú me has dado tomándolos del mundo. Tuyos eran y tú me los has dado; y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado proviene de Ti, porque las palabras que me diste se las he dado, y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que yo salí de Ti, y han creído que Tú me enviaste» (Jn 17,4-8).
¡Cuánto arde el Corazón del Redentor por el Padre que lo envió y por los hombres! Si este amor se encendiera también en nosotros, nuestro mayor deseo sería el mismo que el suyo.
Podemos dar una respuesta concreta a este deseo del Señor: anunciar el Evangelio en todo el mundo (cf. Mt 24,14; Mc 13,10). Nada glorifica tanto al Padre como cuando el hombre responde a su amor, acoge sus palabras y empieza a vivir en comunión con él, dándole así la oportunidad de colmarlo con su amor.
En la introducción a las meditaciones de esta semana, que nos preparan para la Segunda Venida de Cristo, escuchamos que uno de los signos precursores es precisamente el anuncio del Evangelio en todo el mundo.
¿Se habrá predicado ya el Evangelio en todo el mundo? ¿Podremos decirle al Señor que esta condición se ha cumplido y, por tanto, rogarle que no tarde en venir?
Quizá notemos que, de alguna forma, podemos responder tanto con un «sí» como con un «no». Es cierto que el Evangelio ha llegado a rincones remotos, tal vez a cada nación y prácticamente a todos los pueblos. Pero, ¿habrá echado raíces en todas partes?
Pensemos en tantos países asiáticos o en naciones islámicas que no conocen realmente el Evangelio; pensemos en aquellas generaciones que han caído bajo el dominio comunista o que aún están bajo él, o en tantos otros países en los que el anuncio auténtico del Evangelio es cada vez más escaso… Ante este panorama, tendremos que constatar que la situación resulta desoladora. Con frecuencia, la predicación se limita a lo «horizontal», es decir, se enfoca primordialmente en ayudar a las personas en sus necesidades terrenales. Sin embargo, lo primero debería ser la salvación eterna de las almas y que los hombres lleven una vida llena de sentido en este mundo.
Las posibilidades de anunciar el Evangelio por doquier se han multiplicado gracias a los medios de comunicación modernos. Si se los aprovecha para la evangelización, alcanzan su propósito más elevado. Por supuesto, no se puede pasar por alto el hecho de que, con frecuencia, las posibilidades técnicas caen bajo el dominio de los poderes de la oscuridad y se puede observar que quienes ponen a disposición estos medios corren el riesgo de abusar de su poder. No obstante, mientras sea posible, deberíamos aprovechar estos canales, pero sin descuidar las oportunidades de anunciar el Evangelio de persona a persona.
¡Queda mucho por hacer!
______________________________________________________
Meditación sobre la antífona O del 17 de diciembre: https://es.elijamission.net/o-sapientia-2/
