En la última meditación hablamos sobre la vigilancia como actitud básica de los fieles que esperan el Retorno del Señor; una vigilancia que nos despierta de la somnolencia generalizada y nos mantiene atentos a su pronta Venida, así como a los signos que la precederán.
¿Cómo se produce esa somnolencia y qué podemos hacer para superarla? ¿Cómo podemos vivir totalmente centrados en el Señor que retorna? ¿Cómo mantener la actitud de vigilancia aun cuando el Señor parezca tardar en venir?
En el capítulo 25 del Evangelio según san Mateo, el Señor nos señala dos elementos que fomentan nuestra vigilancia.
En primer lugar, nos relata la parábola de las diez vírgenes que esperan la llegada del esposo (Mt 25, 1-13). En realidad, solo cinco de ellas están lo suficientemente preparadas como para poder soportar una larga espera. Cuando finalmente llega el esposo, las cinco vírgenes prudentes tienen suficiente aceite para sus lámparas, mientras que las otras cinco no han traído reserva.
Ahora bien, ¿en qué consistirá este aceite? La respuesta parece evidente si leemos lo que sigue a la parábola de las vírgenes. El Señor nos habla de las buenas obras que hemos de realizar y del uso que debemos hacer de los talentos que Dios nos ha encomendado para su Reino.
Con las buenas obras acumulamos tesoros en el cielo (cf. Mt 6,20), además de ganarnos la gratitud y la amistad de las personas. Cuanto más nos dejemos mover hacia el bien, más despertará nuestro corazón al amor. De hecho, esta es la actitud expectante de la esposa. Su amor por el Esposo la mantiene despierta y guarda suficiente aceite para estar preparada para su llegada en el momento decisivo.
El amor activo del que se habla aquí, al igual que todo amor verdadero, tiende a crecer. Nos vuelve más fervorosos, porque toda buena obra que hagamos —que procede de Aquel que es bueno (cf. Mc 10,18)— va modelando nuestra alma de tal forma que se le convierte en algo natural hacer el bien.
Lo contrario sucede cuando desaprovechamos las oportunidades que se nos presentan para ejercer el amor al prójimo. Cuantas más veces las dejemos pasar, tanto más perezosos nos volveremos y más difícil nos resultará hacer el bien. En este caso, el amor no crece, sino que disminuye e incluso puede llegar a enfriarse.
Más adelante, en este mismo capítulo del Evangelio de San Mateo, el Señor nos revela otra dimensión. La caridad activa es un servicio a Jesús mismo, que se hace presente en los pobres y necesitados: «Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).
También en lo referente al uso de los talentos que nos han sido encomendados para el Reino de Dios se trata, a fin de cuentas, de crecer en el amor. ¡El amor es creativo! Descubrirá una y otra vez nuevas formas de servir al Señor y a los hombres, y precisamente el despliegue del amor lo acrecienta, tal y como nos da a entender el Señor en la parábola de los talentos:
«Llegó el que había recibido cinco talentos y presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado.’ Su señor le dijo: ‘¡Bien, siervo bueno y fiel!; ya que has sido fiel en lo poco, voy a ponerte al frente de mucho. Entra en el gozo de tu señor’.” Y culmina la parábola con estas palabras: ‘Porque a todo el que tiene se le dará y le sobrará’» (Mt 25,20-21.29).
Si seguimos preguntándonos cómo podremos guardar suficiente aceite de reserva para nuestras lámparas, llegaremos siempre al mismo punto: se trata de crecer en el amor, tanto acogiendo el amor divino de Nuestro Señor a través de la contemplación como aplicándolo concretamente en las diversas tareas que nos han sido encomendadas en nuestra vida terrenal. El amor nunca debe enfriarse, ¡es nuestro principio de vida! «Al atardecer de nuestra vida, seremos juzgados en el amor», nos dice san Juan de la Cruz. Y san Agustín exclama: «Ama y haz lo que quieras».
En efecto, el amor es el supremo de los dones, como exclama san Pablo en su «Himno a la caridad» (1Cor 13). El amor se alimenta tanto del «recibir» como del «dar». El amor es la motivación por la que Dios nos creó, nos redimió y nos llevará a la perfección. Por eso, debemos buscarlo constantemente y regirnos por este criterio: ¿qué es lo que el amor me dicta que debo hacer?, ¿qué es lo que el amor quiere de mí? La caridad debe ejercer su suave dominio sobre nosotros como una reina. ¡Por supuesto que debe tratarse del verdadero amor! Solo a éste puede aplicarse la máxima de san Agustín: «Ama y haz lo que quieras».
El amor derramado en nuestros corazones es el Espíritu Santo (cf. Rom 5, 5); el amor entre el Padre y el Hijo. Por tanto, podemos concluir que cuanto más sigamos la voz del Espíritu Santo y le entreguemos las riendas de nuestra vida, más aceite tendremos. De esta forma, el amor crecerá en nosotros y estaremos preparados para estar vigilantes y salir al encuentro del Señor que viene.
______________________________________________________
Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/el-remanente-santo/
