La interiorización de nuestra fe es uno de los elementos decisivos para que la gracia de Dios se despliegue abundantemente en nuestra vida.
La fe exige ser interiorizada para que no consista únicamente en gestos y actos exteriores —sin restar importancia y valor a estos últimos—, sino que también esté profundamente arraigada en nuestro corazón. Así se forja una rica vida interior en unión con Dios, una vida interior que siempre está presente y va creciendo.
Dios nos ofrece diversas formas de interiorización.
En primer lugar, se trata de asimilar más profundamente la Palabra de Dios. De María se dice en la Escritura que ella movía la Palabra en su corazón (cf. Lc 2,19). Para ello, debemos leer diariamente la Palabra de Dios. Es nuestro alimento espiritual, que esclarece el entendimiento e ilumina el corazón (Sal 119,105).
La Palabra del Señor es una luz sobrenatural que procede directamente de Él; una luz que quiere penetrar en nosotros para dar fruto. Esta luz también llega a nuestro entendimiento natural, que, en lo referente a las cosas de Dios, depende necesariamente de la luz sobrenatural. Si el entendimiento se abre, se produce una maravillosa unión entre la sabiduría divina y la razón natural, que también procede de Dios, pero que quedó oscurecida por el pecado original.
Nuestra alma se regocija con la verdad, porque su dignidad y belleza solo pueden desplegarse estando en conformidad con ella. También conocemos la advertencia de la Sagrada Escritura de que la Palabra puede caer en tierra infértil, de que el diablo intenta robarla, de que sus raíces pueden no ser lo suficientemente profundas, de que puede quedar sofocada por las persecuciones a causa de la Palabra y por las preocupaciones de la vida cotidiana (cf. Mt 13,3-8.18-23).
Por eso hay que escucharla y leerla una y otra vez, aunque creamos conocer bastante bien ciertos pasajes de la Sagrada Escritura. Puesto que es la Palabra de Dios, tiene la fuerza de penetrar cada vez más profundamente en nosotros y de iluminarnos para que la comprendamos mejor.
En este sentido, es importante entender que debemos aprender a interpretar la realidad a partir de la Palabra de Dios. En efecto, no se trata de una palabra meramente humana que procura comprender y describir la realidad.
Tomemos, por ejemplo, un extracto del Salmo 89 (vv. 22.25.27), que dice:
«Mi mano le dará firmeza,
Mi brazo lo hará fuerte.
Lo acompañarán mi lealtad y mi amor,
En mi nombre se hará poderoso.
Él me invocará: ¡Padre mío,
mi Dios, mi Roca salvadora! »
Podríamos leer este texto, regocijarnos por un momento con las promesas que Dios dirige al rey David y, después, perdernos en nuestros quehaceres diarios. Pero entonces la Palabra no nos dará la seguridad, la confianza y la cercanía que nos ofrece. Si llega una «tormenta» (cf. Mt 7,26-27), no tendremos suficientemente presentes estas palabras, porque no habrán calado lo suficiente en nuestra alma.
Es distinto cuando, como lo hizo nuestra Madre María, movemos la Palabra en el corazón; es decir, la meditamos, oramos con ella, entramos en diálogo con Dios, etc. Entonces se asienta en nosotros la santa certeza de que Dios nos sostiene y fortalece siempre, por grande que sea la tribulación. Entonces ya no creeremos solo porque la hemos escuchado, sino que la Palabra nos irá modelando interiormente. Así, cuando nos sobrevengan la necesidad y situaciones que parecen no tener salida, nos aferraremos a la Palabra y no nos dejaremos arrastrar por la corriente, sino que sabremos y experimentaremos que Dios, en su fidelidad, nos acompaña (cf. Mt 7,24-25). Y, junto a David, de quien se habla en este salmo, podremos exclamar: «¡Padre mío, mi Dios, mi Roca salvadora!».
Precisamente esta última frase nos conduce a una mayor profundidad: es el amor de nuestro Padre divino que nos rodea, un Padre que siempre está ahí para nosotros y que conoce y acompaña todas las situaciones de nuestra vida. Así, el alma despierta al interiorizar la Palabra de Dios y esta Palabra —y, por tanto, el Señor mismo— habita en nosotros.
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Meditación sobre la lectura del día: https://es.elijamission.net/el-pastor-reune-a-las-ovejas-2/
