«Tengo un buen maestro, que es Dios. En Él me fijo en todo y en ningún otro» (Santa Juana de Arco).
¡La doncella de Orléans escogió la opción correcta! «Uno solo es vuestro Maestro» —nos dice el Señor en Mt 23, 8. Dios se reserva el derecho de guiar a los suyos. Aunque podamos recibir ayuda de personas llenas del Espíritu Santo y debamos estar agradecidos si las encontramos o si incluso contamos con alguien que nos acompañe espiritualmente, esta guía solo se convierte en un regalo inestimable si está impregnada de la sabiduría de Dios.
Sin embargo, Santa Juana, con justa razón, apela directamente a Dios, quien además le dio como consejera espiritual a Santa Catalina de Alejandría para que la acompañara hasta la muerte. Los santos del cielo, así como los ángeles de Dios, incluido nuestro ángel de la guarda, transmitirán siempre e inequívocamente el consejo de Dios. Al cultivar una amistad consciente con ellos y pedirles consejo, nos volvemos más receptivos a las instrucciones celestiales.
Conviene pedirle al Espíritu Santo que sea nuestro maestro y guía, y dirigirnos a Él con todas nuestras preocupaciones. Sin duda, Él está esperando desplegar sus maravillosos dones en nosotros para que nos sirvan en todas las situaciones de nuestra vida terrenal. Nunca nos negará su consejo y Él mismo se encargará de hacer a un lado todos los obstáculos que nos impiden comprenderle. Pero es importante entablar concretamente el diálogo con Él y conocer su forma de guiarnos. A Él hemos de obedecer en todo, como hizo Santa Juana de Arco, y con su ayuda seremos capaces de discernir los espíritus. Él agudizará cada vez más nuestro sentido espiritual para reconocer los consejos que vienen de Él y los que, por el contrario, nos desviarían de su camino. Si tenemos al Espíritu Santo como buen Maestro, estaremos a salvo. En todas las situaciones, fijémonos en Él y en nadie más.