EL AUXILIO DIVINO

“Precisamente allí donde las esperanzas humanas caen más bajo, se eleva más alto la confianza en Dios. Porque donde se desvanece toda ayuda humana, deja lugar al auxilio divino” (San Ignacio de Loyola).

Sin duda muchos de nosotros habremos vivido esta experiencia y recibido con gratitud el auxilio de manos de nuestro Padre. Esta experiencia debería entonces grabarse profunda y permanentemente en nuestra alma, para que la recordemos una y otra vez.

Nosotros, los hombres, a menudo tendemos a esperar demasiado de los demás o incluso de nosotros mismos, y buscamos en ello nuestra seguridad. Sin embargo, muchas veces es ilusorio, porque, incluso donde hay buena voluntad, no deja de existir la debilidad humana.

A Dios le encanta que experimentemos que Él es el dador de toda buena dádiva (St 1,17), que lo alabemos por ello y cobremos conciencia de que sin Él nada podemos hacer, como Jesús mismo nos da a entender (Jn 15,5). Es entonces cuando despertamos a la realidad, que nos ayuda a entender correctamente las cosas y a poner a cada una en el sitio que le corresponde.

En todo, debemos confiar primero en Dios y luego también aceptar la ayuda de otras personas, sabiendo que, al fin y al cabo, todo viene de Sus manos. Precisamente cuando todo parece irremediable y sin salida, nuestro Padre nos convence con su presencia auxiliadora. Entonces debemos guardarlo en nuestra memoria, pues no se trata sólo de un acto puntual de parte de Dios en una situación especialmente desesperada. Nuestro Padre se valdrá de ello como una invitación para que siempre pongamos toda nuestra confianza en Él, adentrándonos así en esa relación que le permitirá guiarnos más ágil y fecundamente a través de esta vida.