«Bendecid a Dios y proclamad ante todos los vivientes los bienes que os ha concedido, para bendecir y cantar su Nombre. Manifestad a todos los hombres las acciones de Dios, dignas de honra, y no seáis remisos en confesarle» (Tob 12,6)
Estas son las palabras que el arcángel Rafael dirige a Tobías y a Sara en el contexto de la curación que les había concedido por encargo de Dios. Por tanto, son palabras sagradas de uno de los siete ángeles que presentan nuestras oraciones y buenas obras ante el Trono del Altísimo. Un ángel fiel como san Rafael nunca pondría en duda quién lo envió y quién merece toda la gloria. La humildad de los ángeles es conmovedora y, a la vez, atrayente. Respira la naturalidad que —ojalá— todos experimentaremos en la eternidad.
Hasta que la humildad se convierta en nuestra actitud natural, hemos de asimilar y acatar la exhortación que el ángel nos dirige en la frase de hoy. Así penetraremos en la realidad de Dios, reconociendo cada día lo que Él hace por nosotros sin desfallecer jamás. De este modo, aprendemos a conocer mejor a Dios. Cada vez que le alabamos, nuestros ojos se abren más. En consecuencia, descubrimos cada vez más todo lo que le debemos a nuestro Padre. ¡Su alabanza jamás debe enmudecer! Como Dios es infinito, nunca se agotarán los motivos para alabarlo. Aquí en la Tierra también debemos dar testimonio de sus obras en nuestro favor con toda nuestra vida, para que los hombres conozcan su bondad.
¿En qué punto nos encontramos?
Si hemos comenzado a dar gracias al Señor por su amor cada día, ya estamos en el camino que el Arcángel San Rafael nos señala. Esta gratitud no quedará sin respuesta y será presentada a nuestro Padre como una obra buena y justa. Se ha restablecido algo del orden que Dios dispuso para los suyos. Si avanzamos en el camino de la alabanza a Dios, su Reino se extenderá en la Tierra también a través de nuestras obras.
