EL AMOR NOS APREMIA

«Nosotros no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20).

Esta es la respuesta de los apóstoles cuando las autoridades religiosas de la época pretendían prohibirles que siguieran anunciando al Señor Resucitado. Pero, ¿cómo podían callar?

¿Cómo podríamos nosotros callar si hemos sido tocados por el amor del Señor y por la verdad? Es el Espíritu Santo mismo quien nos apremia, pues el amor de nuestro Padre quiere llegar a todos los hombres. Nuestro Padre quiere calmar su sed, saciar su hambre y despertar su amor. ¿Y nosotros? Podemos convertirnos en instrumentos de su bondad, apóstoles de su amor paternal. De este modo, nosotros, que hemos sido destinatarios de su amor, nos convertimos en dadores del mismo, pues también de nosotros han de manar ríos de agua viva (Jn 7,38).

Nuestro Padre procede tal como lo describe San Bernardo: «El amor de Dios suscita el amor del alma. Dios es el primero en dirigir su atención al alma, y entonces ella se vuelve atenta a Él. Él se ocupa de ella y, así, también ella empieza a ocuparse de Él».

Una vez que hemos comenzado a ocuparnos de nuestro Padre y Él nos comunica sus deseos como a amigos suyos, ya no podemos callar y nos vemos impelidos a hablar del amor de Aquel que nos ha llamado. Pero no solo hablamos de él y damos testimonio de haberlo encontrado, sino que este mismo amor de Dios se dona a los demás a través de nuestra vida.

Entonces, ¿podremos simplemente callar, actuando así contra el amor y aprisionándolo? ¡No! Es imposible, como dijeron Pedro y Juan al Sanedrín. ¡El amor nos apremia! No descansará y no dejará de empujarnos. ¡No le pongamos obstáculos! No lo soportaría.