“Quien anhele ardientemente amar, pronto amará ardientemente” (San Francisco de Sales).
Sin duda, este profundo anhelo abrirá de par en par la puerta del Corazón de nuestro Padre, aunque aún nos sintamos incapaces de amar y nos choquemos una y otra vez con las limitaciones de nuestro corazón.
En efecto, si tenemos el anhelo de amar, entonces ya estamos orientados hacia lo correcto, entonces la libertad que nuestro Padre nos ha dado se ha abierto a Él, entonces nuestro corazón ya no está tan frío.
Sin embargo, podemos preguntarnos cómo hacer surgir en nosotros este anhelo de amar ardientemente, sobre todo si nos damos cuenta de que en realidad no nos parece tan importante y no nos duele mucho cuando atentamos contra el amor; es decir, si percibimos mucha indiferencia y vacío en nuestro corazón.
Lo decisivo es dirigirnos en oración a nuestro Padre, que quiere que amemos. Presentémosle a Él el vacío y la indiferencia, lo torcido de nuestro corazón; confesémosle nuestra incapacidad de amar y admitamos ante Él que quizá ni siquiera lo anhelamos. Si hacemos esto, no permaneceremos encerrados en nosotros mismos; sino que nuestro interior se abrirá a Dios, aunque sea tímidamente y aunque aún estemos un poco reacios.
Esta pequeña apertura será suficiente para que nuestro Padre derrame en nosotros su luz, haciendo derretir la “capa de hielo” que rodea nuestro corazón. Junto con la luz, llega también el calor. Entonces el corazón empieza a vivir y quiere despertar aún más de su letargo. Así también crece el anhelo de amar, porque el corazón está llamado a ello.
Y cuando este anhelo se vuelve ardiente, porque ha crecido el amor por nuestro Padre, entonces pronto conseguiremos amar ardientemente. ¡El Padre mismo lo habrá hecho posible!