EL AMOR DE DIOS NOS PRECEDE

«Si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella» (San Juan de la Cruz).

Siempre debemos estar pendientes del Señor y buscarle en todo. Este es el lenguaje del amor, y es Dios mismo quien nos invita a ello: «Buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá» (Mt 7, 7). Si seguimos la invitación interior de nuestro Padre, nuestra alma habrá emprendido el camino preparado para ella. «Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti» –exclamaba San Agustín, cuya profunda búsqueda de Dios conocemos gracias a sus Confesiones.

Cuando le buscamos, el Señor mismo sale a nuestro encuentro y siempre constataremos que Él nos amó primero y que fue su amor el que inflamó nuestra alma. Tal vez no lo notemos inmediatamente, porque todavía tenemos que conocer mejor el amor de Dios, tierno, delicado y más bien espiritual, que atrae nuestra alma. Es este amor el que ha tocado el alma para ponerse en marcha hacia Él. Ciertamente, también hemos experimentado cómo Dios nos consiente regalándonos los goces terrenales. Pero la ganancia de los bienes espirituales es incomparablemente mayor, y es por eso que nunca podemos darnos por satisfechos con los placeres terrenales.

Nuestro Padre nos busca y quiere colmarnos ante todo de los bienes celestiales. No deja piedra sin remover para liberar al alma de sus pecados y enredos, y para abrir sus ojos interiores de modo que reconozca su bondad.

Cuanto más busquemos a Dios, más nos daremos cuenta de cuánto Él nos busca a nosotros. Esta constatación inflamará aún más nuestro amor por Él. Puesto que Dios mismo es amor y éste es infinito, nunca se agotará. Limitada es nuestra capacidad de asimilarlo durante nuestra vida terrenal, pero en la eternidad, cuando estemos para siempre con Dios y los suyos, ya no tendrá límites.