«Mantente sereno y gozoso, pues mi amor es más grande que tu debilidad» (Palabra interior).
¡Qué maravillosa frase de consuelo! ¡Cuántas veces nos encontramos con nuestra propia debilidad cuando nos miramos con realismo! Entonces, puede suceder que nos pongamos muy tristes cuando, una vez más, no logramos lo que nos habíamos propuesto o cuando las viejas debilidades que aún no hemos superado vuelven a acosarnos.
Pero es precisamente aquí donde nuestro Padre Celestial nos vuelve a levantar. No son las debilidades las que deben determinar nuestra vida, ni la tristeza que puede surgir a causa de ellas, ni tampoco el espíritu de excesiva autoacusación. Detrás de esta última actitud incluso puede esconderse una gran dosis de soberbia, ya que quisiéramos corresponder a una imagen perfecta que nos hemos creado de nosotros mismos y luego nos deprimimos por no conseguirlo.
¡Nuestra mirada debe fijarse en el Señor! Su amor es nuestra referencia, nuestra alegría y nuestra seguridad. Sin volvernos negligentes en la lucha contra nuestras debilidades, debemos elevar los ojos a nuestro Padre.
La serenidad y el gozo que nos sugiere la frase de hoy proceden de conocer a Dios y venerarlo como nuestro amantísimo Padre. Sabemos que su amor es más grande que nuestras limitaciones, que a veces experimentamos con dolor. Al sumergirnos en su amor, se disuelve el egocentrismo en el que podemos caer y que nos impide mirar hacia Dios.
Es maravilloso y sanador saber que nuestro Padre nos ama y no mide su amor en función de nuestras debilidades. Él nos ama siempre y nos otorga esa alegría de la que habla San Pablo: «Alegraos siempre en el Señor» (Fil 4,4). ¡Así es!
Si elevamos nuestra mirada hacia Él, sin dejarnos llevar por sentimientos melancólicos, la serenidad y el gozo entrarán en nuestra alma y disiparán la tristeza.