EL AMOR DE DIOS ES INQUEBRANTABLE

«Sólo tenéis que amarme y honrarme, para que no seáis juzgados; o, a lo sumo, os juzgaría con un amor infinitamente misericordioso. ¡No lo dudéis! Si mi Corazón no fuera así, ya habría exterminado el mundo con cada pecado que se hubiera cometido» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).

En realidad, estas pocas palabras deberían bastarnos para asimilar hasta qué punto nos ama nuestro Padre. En cierto modo, somos testigos de que así es, y de hecho, nuestro Padre nos lo da a entender en el pasaje que sigue a continuación en el Mensaje a la Madre Eugenia: “En cambio, vosotros sois testigos de que en cada instante se manifiesta mi protección, mediante gracias y bendiciones.”

De hecho, el Señor no extermina este mundo a pesar de que se cometan tan numerosos y terribles pecados. ¿Quién sino nuestro amantísimo Padre podría tener tanta paciencia con él? Los discípulos de Jesús querían hacer bajar fuego del cielo sobre una aldea samaritana solo porque allí no quisieron acoger a su Señor (Lc 9, 54).

Sin embargo, Dios no se vuelve contra su propio corazón y ofrecerá una y otra vez a los hombres su amor, aun en medio de un mundo tan alejado de Él. Nunca debemos dudar de su amor y hemos de rechazar contundentemente todo pensamiento o sentimiento que pretenda ponerlo en duda.

Es tan poco lo que Dios nos pide para dárnoslo todo. Y debería ser lo más natural que se lo demos, a menos que nuestro ser haya sido tan herido por el pecado que entró en el mundo y nos cueste sobremanera reconocer lo poco que tenemos que hacer: responder al amor de nuestro Padre y honrarle. Es conmovedor que nuestro Padre nos pida lo que, en realidad, debería ser nuestra mayor dicha, ¡pero así es nuestro Padre!