“Cuanto más respondáis a mi amor, tanto más amor recibiréis” (Palabra interior).
Es propio del amor ensancharse tanto más cuanto más espacio se le dé. Por tanto, cuanto más acojamos en nuestro interior el amor de nuestro Padre, cuanto más lo busquemos, tanto más podrá Él comunicársenos.
Tengamos presente que el amor de Dios es ilimitado, mientras que nuestra capacidad de amar es limitada. Cuando nuestro Padre pone su morada en nosotros, Él ilumina y calienta nuestro corazón con la fuerza del Espíritu Santo. Si nos dejamos guiar por esta luz interior y nos entregamos al calor de su amor, la dureza de nuestro interior empieza a transformarse y la capa de hielo que rodea nuestro corazón se derrite.
Es esta dureza la que limita nuestra receptividad del amor de Dios. Si respondemos día a día a las mociones del Espíritu Santo, el amor divino podrá llenarnos cada vez más y así adquiriremos una capacidad de amar de otro nivel. En efecto, se trata de aquel amor que brota del Corazón del Padre y llega hasta nosotros. Éste es inagotable, y aumentará con cada respuesta que le demos.
Así es como el Padre ensancha nuestro corazón, lo hace amplio y abre nuestros ojos interiores: “Y en su luz vemos la luz” (Sal 36,10).
En su Corazón recibimos un “nuevo corazón” (Ez 36).
Así que sólo tenemos que presentarle día a día toda la estrechez, dureza y oscuridad de nuestro corazón, y seguir la sutil guía del Espíritu Santo. Entonces se harán realidad estas palabras: “Cuanto más respondáis a mi amor, tanto más amor recibiréis.”