Conocer mejor a nuestro Padre significa amarlo más. Cuando los dones del Espíritu Santo se despliegan en nosotros, especialmente el de entendimiento y sabiduría, experimentamos un encuentro más fuerte con el amor de nuestro Padre. Éste enciende en nosotros un fuego que puede tomar posesión de nosotros por completo. Entonces también entendemos mejor las siguientes palabras del Mensaje del Padre:
“Nadie ha podido comprender aún los infinitos deseos de Mi Corazón de Padre Dios, de ser conocido, amado y honrado por todos los hombres, tanto justos como pecadores. Son estos tres tributos los que deseo recibir de parte del hombre, para poder ser siempre misericordioso y bueno, incluso con los más grandes pecadores.”
Recordemos también estas palabras de Jesús: “He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que estuviera ya ardiendo!” (Lc 12,49)
Entonces, no se trata solamente de que creamos en este amor de Dios, que escuchemos hablar de él y nos sintamos seguros en él, por muy importante que sea todo esto. Pero debemos tener el anhelo de comprender los deseos del corazón de Dios, de modo que entremos en contacto directo con este amor para que nos encienda. Este ardiente deseo de Dios de que los hombres lo conozcan, lo honren y lo amen se convierte entonces en nuestro propio deseo y en un impulso continuo del Espíritu Santo, movido por el amor tanto a Dios como a los hombres.
Cuando estemos inflamados por este amor, echaremos junto al Señor la red de su amor, aunque todo esfuerzo parezca ser en vano. Pensemos en San Pedro, cuando, tras una entera noche bregando sin pescar nada, el Señor le insta a volver a echar las redes. Y he aquí que la red se llenó de peces hasta el punto que amenazaba con romperse (Lc 5,4-7).