Hoy empieza el Tiempo de Adviento, en el que nos preparamos para aquel maravilloso acontecimiento que tuvo lugar en Belén: el nacimiento del Hijo de Dios, el Redentor de la humanidad.
Así, inicia hoy un nuevo año litúrgico. Con la ayuda de Dios, intentaré publicar cada día del año una meditación y los “3 Minutos para Abbá”, como lo he venido haciendo a lo largo de los últimos años. Puesto que yo –y también mis colaboradores de Harpa Dei– nos encontramos frecuentemente en viajes misioneros, en ocasiones tendremos que recurrir a meditaciones de los años pasados. También trataré de tiempo en tiempo otros temas espirituales que no se relacionan directamente con la lectura o el evangelio del día.
Quien conozca mis meditaciones diarias, sabrá que es muy importante para mí que todo el contenido espiritual y teológico en mis interpretaciones de la Sagrada Escritura sea conforme a la auténtica doctrina de la Iglesia. De lo contrario, serían ideas meramente humanas, que con facilidad pueden desembocar en graves errores. Éstos no sólo privan a las almas de un sano alimento espiritual, sino que incluso las envenenan y ofuscan sus mentes.
No podemos pasar por alto el hecho de que la evangelización en la Iglesia se encuentra actualmente en una gran crisis a consecuencia del rumbo equivocado que ha emprendido el liderazgo actual de la Iglesia. Esta crisis alcanzó un punto culmen con las recientes declaraciones del Papa Francisco en Singapur de que todas las religiones son un camino hacia Dios. Estas palabras fueron como una continuación de las afirmaciones erradas contenidas en el documento de Abu Dabi. Todo esto genera gran confusión y angustia entre aquellos fieles que quieren permanecer fieles a la Palabra de Dios y a la auténtica doctrina de la Iglesia.
Tales declaraciones, que representan una grave desviación del mandato misionero del Señor a la Iglesia, requieren una clara corrección. Por eso, en la meditación de hoy y de mañana, citaré ciertos pasajes de la declaración ‘Dominus Iesus’, que el Cardenal Ratzinger, siendo aún Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, escribió en el año 2000. Por más que podamos encontrarnos abiertamente con las otras religiones, nunca podemos permitir que surja confusión, ni que se debilite el mensaje único que el Señor Resucitado encomendó a la Iglesia. Si esto sucediera, se privaría a la humanidad del mensaje de la salvación que la Iglesia, como fiel Esposa de Cristo, ha anunciado a lo largo de los siglos.
Así, pues, las siguientes palabras del Evangelio han de servirnos como estrella guía en este nuevo año litúrgico:
“El Señor Jesús, antes de ascender al cielo, confió a sus discípulos el mandato de anunciar el Evangelio al mundo entero y de bautizar a todas las naciones: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado» (Mc 16,15-16); «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,18-20; cf. también Lc 24,46-48; Jn 17,18; 20,21; Hch 1,8).”
Con estos pasajes evangélicos, el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe –el Cardenal Ratzinger– inicia su importante declaración “Dominus Iesus”. Este escrito fue necesario porque en ciertos círculos de la Iglesia se había empezado a relativizar o a poner en dudas estas palabras elementales del Evangelio. Escuchemos cómo lo describe el Cardenal Ratzinger en el artículo 4:
“El perenne anuncio misionero de la Iglesia es puesto hoy en peligro por teorías de tipo relativista, que tratan de justificar el pluralismo religioso, no sólo de facto sino también de iure (o de principio). En consecuencia, se retienen superadas, por ejemplo, verdades tales como el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo, la naturaleza de la fe cristiana con respecto a la creencia en las otras religiones, el carácter inspirado de los libros de la Sagrada Escritura, la unidad personal entre el Verbo eterno y Jesús de Nazaret, la unidad entre la economía del Verbo encarnado y del Espíritu Santo, la unicidad y la universalidad salvífica del misterio de Jesucristo, la mediación salvífica universal de la Iglesia (…).”
Entonces, la declaración “Dominus Iesus” quería recordar las verdades fundamentales de la fe católica, para que en el diálogo interreligioso no se intrometa aquel error que encontró un dramático punto culmen en las declaraciones del Papa Francisco en Singapur, considerando a todas las religiones como un camino hacia Dios.
Continúa el Cardenal Ratzinger en Dominus Iesus:
“Para poner remedio a esta mentalidad relativista, cada vez más difundida, es necesario reiterar, ante todo, el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo. Debe ser, en efecto, firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, el cual es «el camino, la verdad y la vida» (cf. Jn 14,6), se da la revelación de la plenitud de la verdad divina: «Nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11,27). «A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado» (Jn 1,18); «porque en él reside toda la Plenitud de la Divinidad» (Col 2,9-10).”
Todos los fieles deben tener en claro que el anuncio del Evangelio es, por un lado, un ofrecimiento del amor de Dios a todos los hombres y, por otro lado, una necesidad urgente para cada persona, de manera que no viva fuera de la verdad. Sin embargo, para anunciar con veracidad el mensaje del Señor, no se lo puede relativizar ni adulterar. En este contexto, las palabras de San Pablo a los Gálatas son muy claras:
“Me sorprendo de que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó por la gracia de Cristo, para pasaros a otro evangelio –no es que haya otro, sino que algunos os están turbando y quieren deformar el Evangelio de Cristo–. Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema! Os vuelvo a repetir lo que ya tengo dicho: si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!” (Gal 1,6-9).
Mañana continuamos este tema…