«Nunca te dejes confundir y mantén tu corazón en mí» (Palabra interior).
Muchas cosas, tanto dentro como fuera de nosotros, quieren confundirnos e inquietarnos. Esto se debe, por un lado, a cierto desorden de nuestra alma, a diversas impresiones que quieren ejercer influencia en ella y que no hemos discernido lo suficiente. Por otro lado, también procede del diablo, al que con razón se le llama el gran confusor. A él le gusta valerse del potencial de confusión que ya existe en nuestra alma para acrecentarlo aún más.
Por eso, debemos estar muy atentos y permanecer siempre cimentados en la verdad de la Sagrada Escritura y la auténtica doctrina de la Iglesia. Hay que aferrarse firmemente a ella, porque incluso dentro de la Iglesia pueden surgir contenidos confusos, lo cual resulta particularmente trágico.
Lo más importante es mantener viva la conexión interior con nuestro Padre, que Él nos ofrece. De esta manera, Él puede adherirnos a sí mismo hasta lo más profundo de nuestra alma, de modo que su presencia nos conceda paz y claridad constantes. Pase lo que pase, sea lo que sea lo que intente desviarnos de nuestro camino, su Corazón es siempre nuestro refugio seguro.
Por ello, estamos llamados a abrir nuestro corazón sin reservas al Señor, especialmente cuando se encuentra confundido, y a permanecer en Él. En el Mensaje a la Madre Eugenia, nuestro Padre nos explica que Él es como un «océano de amor» en el que podemos sumergirnos cuando algo en nuestra vida ha caído en desorden. Entonces, Él nos devolverá la paz y la confusión se disipará, ya sea que apenas esté surgiendo o que ya haya encontrado cabida en nuestra alma.
Lo mejor es permanecer siempre unidos al Corazón de nuestro Padre y ordenarlo todo en Él, para que la confusión no encuentre ninguna rendija por la que colarse, sino que se vea obligada a ceder ante un amor santo y ordenado.
