«Cuando estoy en vosotros, os doy directamente cuanto poseo, siempre y cuando me lo pidáis» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Estas palabras de nuestro Padre celestial se refieren a la recepción de la Santa Eucaristía, que Él mismo encomendó a su Hijo instituir. Aunque nuestro Padre puede entrar en el alma del hombre también de otras maneras, la Sagrada Comunión es el camino eminente mediante el cual habita en nosotros.
Es fácil entender que, al recibir la Sagrada Hostia, el Señor viene a nosotros y se une a nosotros. ¡Qué camino tan maravilloso ha escogido! Si consideramos la Santa Misa en su conjunto, es una gran obra de arte espiritual que actualiza el sacrificio de Jesús en el Calvario. A través de las manos del sacerdote, que representa a Nuestro Señor Jesucristo, se nos administra la Sagrada Comunión. Siempre y cuando nos encontremos en estado de gracia —es decir, revestidos con el traje de bodas del Cordero—, Dios mismo entra en nosotros y nos concede todo lo que posee si se lo pedimos.
¡Qué acto de amor de Dios hacia nosotros, los hombres! Nos ha dejado la Santa Eucaristía, que se celebra día tras día, para que los fieles no tengan que prescindir del maná celestial durante su peregrinación por este mundo. ¡Que el Señor conserve este gran tesoro y nos recuerde que podemos pedirle que nos colme de todos sus beneficios! Nuestro Padre no se impone, sino que está a la puerta y llama (cf. Ap 3,20). Si le abrimos, Él entrará y nos concederá su paz. Así sucede cuando recibimos la Santa Comunión. Pidámosle que, cada vez que comulguemos, Él se nos done más profundamente y nos impregne aún más de Sí mismo. ¡Nuestro Padre no dudará en cumplir tal petición!
