“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).
Se acerca cada vez más la Fiesta del Nacimiento de Nuestro Señor. Él es el regalo insuperable que nuestro Padre Celestial concede a este mundo, al que le resulta tan difícil reconocer el amor de Dios que se le revela: “Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1,5).
No obstante, nuestro Padre se entrega por completo y, en Jesús, hace accesible el camino de la salvación a todos los hombres. “El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos” (Jn 3,35).
Si dejamos que los textos bíblicos hablen a nuestro corazón en estos días, serán para nosotros una invitación a sumergirnos más profundamente en el amor de nuestro Padre, a mirar su Corazón y a conocerlo cada vez mejor. Es esencial que nos dejemos tocar por su amor, para que pueda convertirse en un manantial caudaloso, capaz de derramarse también sobre otras personas.
Escuchemos cómo el Señor se alegra por la hija de Sión, a la que le envía al Salvador:
“¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! (…) El Señor tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta” (Sof 3,14.17-18a).
Nuestro Padre quiere dar a conocer su amor a todos los hombres, y para ello nos envía a su propio Hijo. Él, el Redentor, no trae muerte y destrucción. Antes bien, quita el pesado yugo que oprime a los pueblos y vuelve puros sus labios (Sof 3,9), porque el Señor es “un poderoso salvador” que “exulta de gozo por ti y te renueva su amor”.