Os 14,1-10
Esto dice el Señor: Vuelve Israel, al Señor tu Dios, pues tus culpas te han hecho caer. Preparaos unas palabras y volved al Señor. Decidle: “Quita toda culpa; acepta lo que hay de bueno; y te ofreceremos el fruto de nuestros labios. Asiria no nos salvará, no montaremos a caballo, y no diremos más ‘Dios nuestro’ a la obra de nuestras manos, oh tú, que te apiadas del huérfano.”
-Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente, pues mi cólera se ha apartado de él. Seré como rocío para Israel: florecerá como el lirio y hundirá sus raíces como el Líbano. Sus ramas se desplegarán, su esplendor será como el del olivo, y su fragancia como la del Líbano. Volverán donde él los que habitaban a su sombra; harán que renazca el trigo, florecerán como la vid, su fama será igual que la del vino del Líbano. Efraín… ¿qué tengo yo que ver con los ídolos? Yo respondo y lo protejo; yo soy como un ciprés siempre verde, y de mí procede tu fruto.
¿Quién es la persona sabia capaz de entender estas cosas?, ¿quién el inteligente para conocerlas?: rectos son los caminos de Yahvé, y por ellos caminan los justos, mas los rebeldes en ellos tropiezan.
“Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente”. ¡Qué bella expresión, en la que se nos da a conocer mejor el Ser de Dios! Si nos fijamos en las relaciones humanas, nos daremos cuenta de cuán difícil sería pronunciar una frase así. Pensemos, por ejemplo, en el adulterio: ¡cuánto hiere la relación y a la persona traicionada!, ¡cuán profundo es el dolor y cuán humillado uno llega a sentirse!
No podemos creer que nuestro pecado e infidelidad no hieren a Dios. Al contemplar la Pasión de Jesús, vemos hasta qué punto Dios puede sufrir. Él conoce nuestro sufrimiento humano en todas sus dimensiones.
A causa de su amor por nosotros, Dios es vulnerable. Le duele inmensamente cuando tomamos el camino equivocado. Si nosotros, que hemos sido creados a Su imagen, tenemos un corazón sensible, capaz de amar profundamente y, en consecuencia, también de sufrir mucho, ¿podrá acaso Dios, quien nos dio el corazón, permanecer indiferente frente a nosotros?
Dios quiere sanar la infidelidad. Pero, ¿cuáles son las consecuencias de la infidelidad? Si nos fijamos en el valor contrario, la fidelidad, notaremos que el que lo practica cumple con su promesa, se mantiene firme en la decisión de su voluntad y en la convicción que se ha formado en él, permanece junto a la persona que ha elegido… Si bien en las relaciones humanas puede a veces ser justificado el alejamiento de una persona, cuando ella, por ejemplo, haya dado un giro y haya empezado a apoyar cosas con las que no se puede estar de acuerdo, o haya adquirido malos hábitos; esto nunca será el caso con Dios. ¡Él no puede cambiar; sino que todo cuanto dice y hace procede de la verdad y del amor que son la esencia de su Ser!
Fijémonos ahora en Israel, pues esta palabra del Señor se dirige, en primera instancia, a este Pueblo… Vemos que Israel incumplió su palabra frente a Dios, apartó su corazón de Él, olvidó cuanto Él había hecho por ellos, se buscó otros dioses para adorarlos… Mientras que la fidelidad hubiera anclado su corazón más en Dios, acrecentándose el amor y la confianza; la infidelidad provoca lo contrario. El corazón se hace cambiante; pierde su fuerza interior, de modo que se vuelve débil ante todo tipo de tentaciones; le resulta cada vez más difícil decidirse y comprometerse. Incluso si uno reconoce con arrepentimiento el haberse alejado de Dios y del camino recto, el corazón queda en un estado que requiere de sanación. El corazón se ha enfermado a causa de la infidelidad.
Pero Dios quiere sanarlo, y el corazón necesita sanación, para poder recuperar su dirección y volver a caminar por la senda recta.
Dios muestra que su amor no se ha apartado del infiel Israel. Con bellísimas palabras describe lo que tiene preparado para él, una vez que retorne y se aparte de los ídolos. Lo que Dios dice en este texto bíblico, recuerda a la fiesta que el padre del hijo pródigo preparó para él tras su regreso (cf. Lc 15,22-24). El corazón infiel puede así experimentar el amor compasivo de Dios, y el arrepentimiento puede hacerse aún más profundo, al reconocer lo que había abandonado, cuánto se ha dispersado y hasta qué punto ha herido el amor.
Si el arrepentimiento frente a un Padre amoroso es profundo, entonces el corazón se fortalece, pues se derriten el orgullo y la indiferencia, que preceden al alejamiento; y, en su lugar, aparecen el amor de Dios y la gratitud por Su salvación. Ahora comienza un nuevo camino, y el alma que ha sido reencontrada debe estar sumamente vigilante, invocando siempre la ayuda de Dios, para no volver a apartarse de Él. Quizá en esta situación también crezca el fervor, para retomar el camino con más fuerza y querer recuperar lo que se había desaprovechado. De este modo, el Señor irá sanando el corazón, que había quedado desorientado y confundido en sus andanzas por el mal camino.
Un último aspecto debe ser mencionado. Si Israel –y me refiero también a cada alma que se apartó del camino– se cuestiona el porqué de tanta bondad de Dios, la respuesta es ésta: “Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente.” ¡Su amor es por pura generosidad! Esta respuesta puede conmover aún más profundamente el corazón. Dios no nos hace cálculos; Él no nos necesita para Sí mismo; no hay ni el más mínimo interés de Su parte. ¡Simplemente quiere amar, porque Él mismo es el amor (cf. 1Jn 4,8)!
Esta verdad puede tocar profundamente nuestro corazón, de modo que también nosotros, renovados, emprendamos generosa y más profundamente el camino.