DIOS NOS JUSTIFICA

 

“Cuando el hombre se justifica a sí mismo, Dios lo acusa. Cuando el hombre se acusa a sí mismo, Dios lo justifica” (San Francisco de Sales).

A nuestro Padre le agrada que seamos sinceros con nosotros mismos y que no cerremos los ojos ante nuestras faltas y pecados. Esto no quiere decir que debamos afrontar con escrúpulos nuestras debilidades y transgresiones, sino acercarnos “confiadamente al trono de la gracia” (Hb 4,16), sabiendo que Dios siempre está dispuesto a perdonarnos cuando acudimos a Él arrepentidos.

Para ello, debemos estar dispuestos a admitir nuestras faltas y tener un poco de valentía, pues no pocas veces tenemos miedo de mirar más de cerca y nos olvidamos con facilidad que el conocimiento de uno mismo es de importancia fundamental para seguir a Cristo.

¿Qué debemos temer? Nuestro Padre ya lo conoce todo, y sólo espera que acudamos a Él y confesemos nuestros pecados para poder perdonarnos y levantarnos. Pero también es fundamental lo que San Francisco de Sales nos da a entender en la frase de hoy: no nos excusemos ante Dios ni nos justifiquemos, pretendiendo lavarnos las manos. En lugar de ello, podemos decir simple y llanamente las cosas tal como son. Dejamos todas las circunstancias que quizá podrían excusarnos en manos del Señor para que Él las juzgue. Esto es probablemente lo que quería decir el santo.

La frase de hoy nos recuerda un pasaje del Evangelio en el que Jesús nos da a entender que aquellos fariseos que se complacen en las alabanzas y el reconocimiento de los hombres, en lugar de dar gloria a Dios, ya han recibido su recompensa: la recompensa que viene de los hombres y no de nuestro Padre.

¡Que el Señor, en su bondad, nos purifique, para que podamos recorrer nuestro camino en su presencia, en santidad y justicia (cf. Lc 1,75)!