DIOS NOS HA AMADO DESDE SIEMPRE

“Conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos, cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra” (Sal 138,15).

Cuando fuimos marcados con la cruz de ceniza, escuchamos las palabras: “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás” (cf. Gen 3,19). Son palabras que nos sitúan en toda nuestra condición de criaturas, pues de Dios venimos y a Él volvemos. Nuestro cuerpo será transformado para la vida eterna. Esta es otra de las obras de nuestro amado Padre que aún esperamos, porque “es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad” (1Cor 15,55).

El verso del salmo que hemos escuchado nos recuerda que Dios ha pensado en nosotros desde siempre. Podemos decir que desde siempre hemos existido “en los pensamientos de Dios”, hasta que llegó el día en que nos modeló, dándonos una forma terrenal en el vientre de nuestra madre.

¡Qué palabra tan edificante! Dios nos ha amado “con amor eterno”, como atestigua la Escritura (Jer 31,3). ¡Desde siempre! Nunca fuimos “hijos no deseados” ni un “accidente”. Siempre hemos sido esa persona única e irrepetible que Dios creó porque así lo quiso, porque nos amó y quiso hacernos partícipes de su gloria.

Si en el camino de nuestra vida a veces nos sentimos perdidos y extraviados, si no somos capaces de reconocer nuestro valor y nuestro propósito en este mundo, sólo tenemos que dirigirnos a nuestro Padre. Sólo tenemos que recordar que Él nos ha amado desde toda la eternidad y que nuestra existencia es una expresión de ese amor. Entonces se disiparán los pensamientos negativos, que son nulos y falsos, porque la verdad es todo lo contrario.

Nuestro Padre aprovecha todas las oportunidades para mostrarnos su amor.

Tú y yo tenemos el mismo origen y la misma meta. Venimos de nuestro Padre y a Él volvemos. En el camino hacia esa meta, hemos de hacer realidad en nuestra vida lo que en verdad somos: hijos predilectos de nuestro Padre Celestial.

Y si nuestro corazón nos acusa de no estar a la altura de esta gracia que Dios nos confiere, si lloramos por nuestra indignidad y pensamos que tal vez Dios se ha alejado de nosotros, recordemos que Él no sólo nos creó por amor; sino que también nos redimió por amor.

Nuestro Padre quiere que el amor con que nos ha mirado desde siempre llegue a su plenitud. Sólo tenemos que confiar en Él y recorrer el camino que ha trazado para nosotros. ¡No es difícil!