“DIOS NOS ATRAE HACIA SU CORAZÓN”  

«Con amor eterno nos ha amado Dios. Por eso, al ser elevado sobre la tierra, nos ha atraído hacia su corazón, compadeciéndose de nosotros» (Antífona de Laudes de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús).

No nos resulta tan fácil imaginarnos un amor eterno porque, como seres humanos, somos tan limitados. Sin embargo, existen momentos en la vida que desearíamos que nunca terminaran. Así puede sucederles a los enamorados o nos puede ocurrir cuando Dios nos toca profundamente en la oración y el transcurso del tiempo pasa a segundo plano. Entonces el alma dice: «Quiero quedarme aquí para siempre. Ya no busco nada más».

Pero tales experiencias suelen ser breves y no perduran para siempre mientras estemos en la tierra. Sin embargo, son ya un indicio de que nuestra vida tiende hacia la eternidad y de que el alma está llamada a una dicha que no conoce ocaso. ¡Así es!

Esta dicha es Dios mismo, que nos ha amado desde siempre. Ya estábamos en sus pensamientos desde antes de que se formara nuestro cuerpo: «Tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero» (Sal 138,16).

Dios conoce hasta el más mínimo detalle de nosotros y su amor no descansó hasta haber trazado un camino para que la humanidad perdida pudiese hallar la bienaventuranza eterna en Él. Este camino es su divino Hijo Jesucristo, que nos reveló el amor de nuestro Padre Celestial en la cruz. Ahora el hombre puede volver a casa y permanecer para siempre en el amor eterno de Dios. En el Calvario, el Redentor abrió su corazón para ofrecer a los hombres su amor, capaz de expiar sus pecados y atraerlos compasivamente hacia su corazón.

¡Solo hace falta que le respondamos!