«El buen Dios, que nos guía como le place, lo tiene todo preparado, con poder y cuidado, desde tiempos remotos» (San Charles de Foucault).
Es reconfortante saber que nuestro Padre incluye incluso nuestras faltas y pecados en su plan de salvación. Por supuesto, eso no quiere decir que podamos entregarnos voluntariamente al pecado o que no sea necesario trabajar en nuestras debilidades. ¡Lejos de nosotros tal actitud, pues nuestro Señor nos dotó de libre albedrío para que nos orientemos siempre hacia su voluntad! Sin embargo, es una ayuda inestimable saber que nunca debemos rendirnos tras haber fallado, pues tenemos la certeza de que nuestro Dios omnisciente y bondadoso lleva nuestra vida en sus manos, con todos sus altibajos.
Además del consuelo que nos proporciona en vista de nuestra debilidad y falibilidad, la certeza de la infinita sabiduría de Dios puede fortalecernos. Si las cosas que nos esperan, sean cuales fueren, todavía están a oscuras para nosotros, están en plena luz ante Dios. Nada le es desconocido, por lo que, si intentamos sinceramente hacer su voluntad, podemos confiar en Él sin límites. Así, estamos llamados a despojarnos de todo temor ante lo que pueda depararnos el futuro. Dios lo sabe y lo conduce para nuestro bien, según su proyecto de salvación.
Sin duda, es más fácil decirlo que hacerlo. Pero es importante tomar esa decisión de fe y aferrarnos a ella, especialmente cuando no tenemos el control de las situaciones, sea a nivel personal o suprapersonal. Este acto de fe nos ayudará a no soportar las situaciones simplemente como si se tratara de una especie de destino ineludible, sino a reconocer en ellas la mano de Dios, aunque aún esté oculta.
Desde tiempos remotos, nuestro Padre lo ha preparado todo con poder y cuidado para guiarnos como le place.