“DIOS ENVÍA A SU PROPIO CORDERO”

 

«El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en sus manos» (Jn 3,35).

Todos vivimos de este amor que el Padre nos concede a través de su Hijo y en Él. Nadie ha respondido ni podrá jamás responder de forma más perfecta a su amor que su Hijo divino.

En una de sus visiones, el vidente Juan oyó una voz que proclamaba en el cielo: “¿Quién es digno de abrir el libro y romper sus sellos? Pero nadie, ni en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, era capaz de abrir el libro ni de leerlo” (Ap 5,2-3). En vista de ello, Juan empezó a llorar. Pero fue consolado, pues la visión continuó y vio a un Cordero que “se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono” (v. 7).

Es un infinito consuelo para nosotros saber que el Padre Celestial ha puesto todo en manos de su Hijo, que nos rescató de toda esclavitud a precio de su sangre. Así podemos unirnos al cántico nuevo de los redimidos en el Apocalipsis: “Eres digno de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste inmolado y con tu sangre compraste para Dios gente de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Y los hiciste un reino de sacerdotes para nuestro Dios, y reinarán sobre la tierra” (Ap 5,9-10).

Nuestro Padre nos ha dado lo mejor que podía darnos. ¿No es una inagotable fuente de alegría escuchar a Jesús? ¿No están escondidos en Él todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2,3)? ¿No es el Señor a quien podemos acudir cuando estamos cansados y agobiados (Mt 11,28)? ¿No nos consuela y perdona desde la cruz cuando hemos caído? ¿No nos hace partícipes de la misma misión que Él recibió de su Padre? ¿No nos aseguró que iría a prepararnos una morada en la eternidad (Jn 14,2)?

No, amado Padre, nunca habrías podido enviarnos a alguien que nos diera más. Tú mismo has venido a nosotros en tu Hijo. ¡Te adoramos y nos maravillamos!