«Para vivir entre los hombres que yo mismo había creado, escogí en el Antiguo Testamento a los profetas, a quienes comunicaba mis deseos, mis penas y mis alegrías, para que ellos las transmitieran a todos» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Nuestro Padre nunca dejaba a los hombres sin guía, por más que ellos se alejaran de él. A través de los profetas, permanecía en medio de ellos. Podríamos decir que nuestro Padre buscaba amigos que le comprendieran. En el Antiguo Testamento, eran particularmente los profetas quienes vivían cerca de Él, de tal manera que Dios podía comunicarles sus deseos y revelarles su Corazón. También nosotros podemos reconocer que nuestro Padre nunca está lejos de los hombres ni es inalcanzable para ellos. Quizá algunos lo sientan así o incluso le tengan un miedo infundado. También la falsa reverencia, que tiende a infundir miedo a nuestro Padre, oscurece su verdadera imagen. Sin duda, nuestro Padre intentó sin cesar conducir a los hombres extraviados hacia el camino recto. Así lo describe en el Mensaje a la Madre Eugenia:
«Cuanto más crecía el mal, tanto más mi bondad me apremiaba a comunicarme a las almas justas, para que ellas transmitiesen mis instrucciones a los causantes del desorden. Así, a veces tuve que usar la severidad para reprenderlos; no para castigarlos, porque eso sólo habría provocado más daño. De esta manera, quería apartarlos del vicio y traerlos de vuelta a su Padre y Creador, a quien ingratamente habían olvidado e ignorado».
Vemos, pues, que nuestro Padre hacía todo lo posible por estar cerca de nosotros, tanto en el pasado como en el presente. Él está ante cada corazón, tocando a la puerta y pidiendo que lo dejemos entrar para tener comunión con nosotros. También hoy nuestro Padre quiere hacernos partícipes de los deseos de su Corazón, de sus penas y sus alegrías. ¡Solo tenemos que dejarle entrar.