DÍA TRAS DÍA, HORA TRAS HORA  

“Cada día es importante, en cada hora ofrezco mi salvación a los hombres. A esta meta has de servir, para alegría de tu Padre, que te ama” (Palabra interior).

Nosotros, los cristianos, debemos despertar y vivir cada vez más conscientemente en la presencia de nuestro Padre Celestial. En efecto, la vigilancia del espíritu nos enseña a aprovechar cada hora para el Reino de Dios. Esto no significa que estemos tensos y ansiosos, excesivamente preocupados por cada día que pasa. Antes bien, se trata de una vigilancia del amor, que nos exhorta a aprovechar todas las oportunidades que el Señor nos concede para servir a la salvación de las almas.

La seguridad del amor que Dios nos ofrece y que se manifiesta en nosotros a través de la presencia del Espíritu Santo es una motivación constante para complacer a nuestro Padre con espíritu de piedad. Este don nos hace entender que nuestro actuar está insertado en el plan de salvación de Dios para todos los hombres. Así, todo lo que hacemos en unión con Dios puede volverse fecundo para su Reino. Nosotros, los hombres, no somos meros espectadores y admiradores de la obra de Dios; sino que estamos llamados a ser sus cooperadores.

Cada día, a cada hora hemos de anunciar de todas las maneras posibles la declaración de amor de Dios a la humanidad, y hacer que nuestra vida misma se convierta en mensajera de esta declaración. No siempre tiene que ser a través de actividades externas. Todo esfuerzo por trabajar en nuestro propio corazón bajo la guía del Espíritu Santo glorifica a nuestro Padre y nos va transformando a imagen de Cristo.

Cuanto más el Espíritu Santo nos haga semejantes al Hijo de Dios, tanto más glorificaremos al Padre y Él se complacerá en nosotros. Entonces nuestro Padre mismo nos hará fecundos para su Reino, día tras día, hora tras hora…