“Puedes confiarme todo y derramar siempre ante mí tu corazón” (Palabra interior).
¡Qué invitación tan grata y trascendental nos dirige nuestro Padre! Él no sólo nos escucha, sino que nos comprende hasta lo más profundo de nuestro ser.
Ciertamente también nos gustaría encontrar esta comprensión en una persona humana. Pero la mayoría de nosotros probablemente ya ha experimentado que no es tan fácil que se cumpla esta expectativa. Por muy buena, amorosa y sabia que sea esta persona, sigue estando sujeta a las limitaciones de la naturaleza humana. Por tanto, nunca podrá entrar en los estratos más profundos de nuestra alma.
Sin embargo, esto no debe abatirnos; antes bien, ha de convertírsenos en una invitación para entrar y vivir en una íntima y confiada relación con nuestro Padre Celestial, que es infinitamente sanadora para nosotros y que Él desea ardientemente. También a nivel psicológico esto es muy sano, porque no es bueno que nuestra alma esté agobiada por una carga intransparente y grisácea que no hayamos superado aún y que puede terminar opacando nuestro pensar y actuar, incluso hasta el subconsciente.
Aprovechemos esta invitación y abrámosle a nuestro Padre hasta lo más profundo de nuestro ser. Al fin y al cabo, nada está escondido ante Él y todo lo mira con sus ojos de amor.
Un corazón que se derrama ante el Padre Celestial, recibirá de Él consuelo y guía, porque también le abrirá sus sombras, pidiéndole que las atraviese con su luz. Nuestro Padre no se apartará ofendido si le exponemos nuestras imperfecciones. Antes bien, Él comprenderá como nadie nuestros sufrimientos más íntimos. Sólo tenemos que acudir a Él y derramar ante Él nuestro corazón. ¡Él siempre está ahí para nosotros!