DELÉITATE EN EL SEÑOR

“Deléitate en el Señor,
y él te dará lo que pide tu corazón” (Sal 36,4).

Deleitarse en el Señor significa tener acceso al Corazón del Padre y alegrarse en él. Esto no se refiere tanto a la alegría por lo que el Padre ha hecho y sigue haciendo por nosotros, sino más bien a deleitarse en Dios mismo. Él nos ha abierto su Corazón, de modo que podemos morar en él y movernos en su amor. La profundidad de esta alegría proviene del encuentro directo con nuestro Padre. Su amor se comunica a nuestra alma y la impregna, y ella exulta de gozo en el Señor. El amor divino despierta todas sus potencias.

Cuando nuestro Padre penetra en el alma con su amor, no queda en el corazón del hombre deseo alguno que no agrade al Señor. Sólo querrá hacer aquello que complazca a Dios, porque es el amor divino mismo, la presencia del Espíritu Santo, la que mueve su voluntad y sus deseos. El amor unifica al alma con el Padre, y Dios cumple con gran alegría los deseos de nuestro corazón.

La máxima de San Agustín: “Ama y haz lo que quieras”, corresponde a este verso del salmo.

Nuestro Padre quiere colmarnos en sobreabundancia de sus dones y se apiada de nuestro pobre corazón, que no pocas veces está ciego y extraviado. Nos llama a su Corazón desbordante de amor, para que obtengamos ojos para ver. Dios purifica con su amor nuestro corazón, de modo que por sí mismo sólo desee aquello que pueda llenarlo de alegría imperecedera.