Mc 10,28-31
En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: “Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.” Jesús dijo: “Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y haciendas, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos, y los últimos, primeros.”
Los discípulos lo han dejado todo para seguir a Jesús. Según nos relatan los evangelios, abandonaron sus redes e incluso dejaron atrás a su padre para responder al llamado (Mt 4,18-22). Fue Jesús quien los llamó, y ésta es la condición de toda auténtica vocación. Por eso dice el Señor: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros” (Jn 15,16).
Abandonarlo todo y salir del entorno acostumbrado para servir indivisamente al Reino de Dios, es ciertamente un llamado especial. Nos encontramos aquí con una incondicionalidad que podría asustar a algunos. Pero esta incondicionalidad hace parte de nuestra fe, si consideramos que se puede llegar hasta el punto de padecer el martirio por su causa, como sucedió con todos los apóstoles (excepto San Juan) en el fiel seguimiento de su Maestro, quien sufrió voluntariamente la muerte por nuestra causa.
La respuesta que Jesús da a Pedro corresponde a esta incondicionalidad del llamado en todas sus consecuencias: “Nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno.” Es importante resaltar que Jesús dice: “por mí y por el evangelio”. No se trata, pues, de un descuido irresponsable de diversas obligaciones, sino de la escucha incondicional al llamado de Jesús. ¡Él abre nuestra vida a una nueva dimensión!
Con estas palabras, el Señor nos da a entender cuánto Dios valora la respuesta del hombre a su llamado, que es expresión de un gran amor. Pero también nos muestra lo infinitamente valioso que es para el hombre el seguir su llamado. Las personas que seriamente y sin condiciones se ponen a disposición de Dios, son un gran tesoro para Dios y para la humanidad. Por ello, el Señor habla del “ciento por uno” que recibirán a cambio, con lo que ciertamente indica que Él les recompensará infinitamente el amor tan grande que le demostraron.
Pero añade otra frase más: “Ahora, al presente, recibirá casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y haciendas, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna”.
Podremos comprender mejor esta afirmación si tomamos en cuenta estas otras palabras del Señor: “Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50). El que da el paso que el Señor le invita a dar, encuentra una nueva familia. Todo el amor que hasta entonces ha recibido de sus seres queridos, será aun superado por el amor que ahora recibirá de aquellos que cumplen la voluntad de nuestro Padre.
¡Y realmente sucede así! Las personas que tratan de cumplir la voluntad del Padre se reconocen dondequiera que se encuentren. Existe entre ellas una familiaridad que no está determinada por los lazos de la sangre, sino que es obra del Espíritu de Dios. Pero, puesto que el vínculo entre ellas viene dado por la fe, la cual está siempre expuesta a la persecución, el Señor dice en este mismo contexto que esta familia se la recibe en medio de persecución.
Con justa razón, la Iglesia siempre ha tenido en alta estima estas vocaciones, aunque sean más bien pocas en relación con toda la humanidad. En nuestro tiempo, en el mundo moderno, parece estarse perdiendo la sensibilidad para percibir y seguir un llamado tal.
El mundo ofrece todas las posibilidades de realización personal y no pocas veces la fe se ha debilitado. Por parte de Dios, ciertamente el llamado sigue dirigiéndose a los hombres, pues aún no ha llegado a término la gran tarea de llevar la Redención hasta los confines de la Tierra. Y para ello el Señor quisiera contar con personas dispuestas a dejar atrás el mundo y lo que más aman por causa del Evangelio, para tener una mayor libertad para trabajar en el Reino de Dios.
Los que han recibido este llamado e intentan vivirlo con todo su corazón, podrán dar testimonio de la belleza interior de este camino. ¡No se deja nada por el Señor sin que Él lo devuelva al ciento por uno! El evangelio de hoy lo atestigua.
Pero lo más maravilloso en este camino es poder estar cada vez más cerca del Señor pues Él invita a los llamados a una amistad especial con Él (cf. Jn 15,15). Él les confía sus deseos y ellos se convierten en colaboradores de su plan de salvación.
Sin duda, se puede servir a Dios de muchas maneras y cada bautizado está llamado a la santidad y a cooperar en el Reino de Dios. Pero hay que estar muy atentos para escuchar si acaso Dios nos está llamando a un modo de vida que implica dejar todo atrás para estar con Él. En caso de percibir este llamado, no hay que titubear sino examinarlo con sinceridad. Si Dios nos llama así, es prueba de un gran amor. Y, como dice Santa Teresa de Ávila: “Sólo Dios basta”.
Cuando se sigue el llamado, se puede experimentar el gozo interior de estar en su cercanía y de ser fecundos para el Reino de Dios.