DE CAMINO A CASA

“Yo vengo de Dios, Mi Padre; a Él vuelvo; a Él solo le pertenezco” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Con qué sencillez el Padre nos revela nuestra identidad más profunda, haciéndonos descubrir al mismo tiempo el sentido de nuestra existencia, que consiste en conocer, honrar y amar a éste nuestro Padre.

¿No nos sentimos para siempre en casa con tan solo escuchar estas palabras? Si alguien nos pregunta: “¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Adónde  vas?”, esta respuesta podría llevarles a indagar más, hasta llegar a la pregunta: “¿Y quién es tu Padre?”

Nuestro Padre mismo es nuestro hogar.

“Yo vengo de Dios, Mi Padre; a Él vuelvo; a Él solo le pertenezco.” Cuando escuché estas palabras de boca de una mujer que estaba preparándose para la hora de su muerte, supe que lo había entendido: ¡Ahora retornaría a casa! ¡Su Padre la esperaba! Ella había captado su amor y se encaminaba hacia la dicha eterna. No iría hacia lo desconocido; sino que alcanzaría la meta en la carrera (cf. 2Tim 4,7). Y entonces me alegré por ella y también por nuestro Padre, que la había redimido por medio de su Hijo y la tendría ahora para siempre consigo en la vida eterna.

Ésta es una frase para todos nosotros durante el breve tiempo de nuestra peregrinación por este mundo.

¿No dijo Nuestro Señor que se nos adelantaría a prepararnos un lugar? ¿No nos aseguró que en la casa de su Padre hay muchas moradas (Jn 14,1-2)?

Estamos de camino, dando testimonio de Aquél que nos creó a su imagen. Él nos creó, nos redimió y nos envió, y nosotros vamos de camino hacia su gloria. Nuestro Padre nos espera para celebrar la fiesta del amor.

¿Y qué podemos llevarle? Un corazón que lo ame y que haya llevado su amor a los hombres.

Nuestro Padre no puede ni quiere dejarse ganar en generosidad, aunque nosotros no hayamos hecho más que lo que teníamos que hacer (Lc 17,10).