“DAME TODO LO QUE ME ACERCA A TI”  

«Señor mío y Dios mío, prívame de todo lo que me aleja de ti, dame todo lo que me acerca a ti, haz que ya no sea mío, sino todo tuyo» (San Nicolás de Flüe).

Es una humilde súplica de San Nicolás. La segunda parte, en la que nos detendremos hoy, representa lo que en la mística católica se denomina «vía iluminativa»: «Dame todo lo que me acerca a ti».

De hecho, tras haber atravesado las purificaciones básicas en nuestro interior —y recordemos que se trata de una obra de amor—, la Sagrada Escritura comienza a hablarnos con mayor viveza y la presencia de Dios se nos vuelve más evidente y radiante. Todo lo que ya hemos recibido de nuestro Padre celestial se vuelve más claro y valioso gracias a la presencia del Espíritu Santo: la recepción de los santos sacramentos, el deleite en la auténtica doctrina de la Iglesia, el testimonio de los santos, etc. En pocas palabras, todo lo relacionado con nuestro Padre nos resulta aún más entrañable, reconforta nuestra alma y brilla con todo su esplendor.

También podríamos formular esta petición a nuestro Padre de la siguiente manera: «Amado Padre, permíteme reconocer mejor tu gloria, tanto para mí mismo como para anunciarte de forma más convincente, para amarte aún más y para que tu presencia se refleje más en mi vida».

La vía iluminativa también repercutirá en el espíritu de discernimiento que tan urgentemente necesitamos en estos tiempos de engaños sutiles. En efecto, la iluminación en el Espíritu Santo no solo lleva a un conocimiento más profundo de la bondad de nuestro Padre y de su ser, sino que también produce un rechazo más claro de todo aquello que no procede de Él. Así, se puede atravesar la densa niebla que quiere impedir que el Espíritu Santo nos ilumine.

Por tanto, hay muchas razones para unirnos a la súplica de San Nicolás de Flüe: «Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti».