CUIDAR LA ARMADURA

“Manteneos siempre en la oración y la súplica, orando en toda ocasión por medio del Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos” (Ef 6,18).

Con esta advertencia final del Santo Apóstol, concluimos nuestra pequeña serie sobre la armadura de Dios.

Vemos con cuánta sabiduría y cuidado nos equipa nuestro Padre, no sólo para que podamos mantenernos firmes en el combate, sino también para atesorar méritos para la eternidad. En efecto, cada rechazo de Satanás en Nombre de Dios y para alabanza suya, debilita los poderes de las tinieblas y atestigua la gloria del Señor.

Estas consideraciones finales de San Pablo, haciendo especial énfasis en la oración, nos exhortan a no orar sólo ocasionalmente, sino a hacer de la oración nuestro “pan de cada día”, a “orar en toda ocasión por medio del Espíritu”. Estas palabras están en sintonía con aquella otra exhortación del Apóstol: “Orad sin desfallecer” (1Tes 5,17).

Se podría decir que la oración, la atención constante al Señor, el gran diálogo con Él y todo lo que hacemos para glorificar a Dios se convierte en un río caudaloso y vivo que rodea nuestro castillo. Para aquellos que se nos acercan en son de paz, serán aguas salutíferas, una refrescante bebida de bienvenida. Pero aquellos que se nos acerquen con malas intenciones, no podrán atravesar el río, pues será un torrente que no podrán apaciguar.

Necesitamos hacer uso de la armadura de nuestro Padre para resistir en el combate. Para ello se requiere vigilancia y perseverancia. Estemos concientes de que es un honor librar este noble combate, glorificando así a Dios y sirviendo a la Iglesia.

Santa Juana de Arco recorría cada mañana el campamento de los soldados que luchaban de su lado por la liberación de Francia, e inspeccionaba sus armas. También nuestra armadura necesita mantenimiento, para que siempre esté pronta para el combate.