“CRISTO VIVE EN MÍ”  

«Traed todo ante mí para que tome posesión de ello y me proclame a través vuestro» (Palabra interior).

En el seguimiento del Señor, todo en nosotros debe transformarse. Hemos de convertirnos en «hombres nuevos», en «personas espirituales», como nos enseña el Apóstol de los Gentiles (cf. 1 Cor 3, 1). Esto significa que el Espíritu Santo toma cada vez más las riendas y nosotros seguimos dócilmente sus instrucciones, de manera que nuestros pensamientos y acciones se transforman bajo su influjo. Entonces, ya no son principalmente los impulsos naturales los que determinan nuestra vida, sino que, con la gracia de nuestro Padre Celestial, aprendemos a comprender la perspectiva de Dios y a regirnos por ella.

En la frase de hoy, se nos ofrece un consejo para conseguirlo: hemos de presentar ante Dios todo lo que pensamos y hacemos. Esto también se aplica a nuestras malas inclinaciones y a todo lo oscuro que percibimos en nuestro interior. Si lo hacemos con perseverancia y ya no nos adherimos voluntariamente a nuestras sombras, quizá incluso relativizándolas o justificándolas, el Espíritu Santo acoge todo lo que le ofrecemos y toma posesión de ello. A su luz, las sombras no pueden resistir.

Este proceso también se aplica a todas las cosas inútiles y superfluas. Si nos distanciamos conscientemente de ellas, el Espíritu Santo tomará posesión de ellas y nos dará la fuerza para separarnos de todo impedimento y concentrarnos cada vez más en el Señor.

Al mismo tiempo, el Espíritu Santo también toma posesión de lo bueno que le presentamos, liberándolo de cualquier vanidad o soberbia que pueda haberse asociado, y multiplica el bien mediante su presencia.

Así, la vida divina madura en nosotros y el Señor puede proclamarse a través nuestro y llevar su amor a los hombres. Nos hemos convertido en posesión suya y pueden hacerse realidad las palabras del Apóstol de los Gentiles: «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Gal 2, 20).