CRECIENTE OLVIDO DE DIOS

“[El Señor] ha hecho maravillas memorables, el Señor es piadoso y clemente.” (Sal 110,4).

Podemos decir que vivimos en una época de creciente olvido de Dios. Muchas personas se acuerdan de Él sólo de repente; otras no piensan en absoluto en Él. En consecuencia, no tendrán presente todo lo que el Padre Celestial ha hecho por ellas en su vida y lo que sigue haciendo día a día a su favor.

Algunos incluso se vuelven al paganismo, perdiendo así cada vez más el contacto con su Padre divino. Lamentablemente, no se trata sólo de las personas que apenas han recibido el mensaje del Evangelio; sino que también aquellas que recibieron una sólida formación cristiana están en peligro de dejarse arrastrar por la espiral del olvido de Dios. Cuando esto sucede, queda a oscuras para ellas el sentido más profundo de la existencia y no pueden vivir ni reconocer la dimensión trascendente de su vida.

Sin embargo, nuestro Padre quiere que nos acordemos de Él y de sus maravillas memorables. Es el Espíritu Santo quien nos recuerda todo lo que el Señor dijo e hizo (Jn 14,26). Así, Él se convierte para nosotros en un remedio eficaz contra el olvido de Dios. Recordemos cómo nuestro Señor Jesucristo glorificó al Padre y quiso que nosotros lo reconociéramos a través suyo y le diéramos toda la gloria.

El Espíritu Santo, el amor entre el Padre y el Hijo, cuidará celosamente de que no nos olvidemos de los beneficios de Dios y nos recordará vivamente el amor del Padre. Así, ahuyentará también el espíritu del mundo que quiere ocupar el lugar de Dios para hacer desvanecer el recuerdo de Él en nosotros. Debemos estar conscientes de que la inclinación de nuestra naturaleza a perdernos en lo mundano y superficial está siempre activa. En cambio, para llevar una vida espiritual regular hace falta disciplinarnos con la ayuda del Espíritu Santo. Es esto lo que mantiene vivo el recuerdo de nuestro Padre en nosotros.

Así, pues, sabemos cómo sustraernos del olvido de Dios que domina en el mundo y volvernos más conscientes de la dichosa presencia de nuestro Padre Celestial. Es nuestro Amigo Divino, el Espíritu Santo, quien siempre nos ayudará, especialmente si se lo pedimos.