“La vida del hombre debe cambiar día tras día para bien” (San Agustín).
Si recorremos el camino espiritual, cada día se nos convierte en un desafío para crecer en el amor, que, según San Pablo, es el mayor de todos los dones (1Cor 13,13). En su Carta a los Corintios, el Apóstol de los Gentiles no se cansa de elogiar el amor en los términos más gloriosos, y termina exclamando: “Buscad la caridad” (1Cor 14,1).
Si consideramos el alto valor de la caridad, entenderemos esta frase de San Agustín, que incluso se atrevió a decir: “Ama y haz lo que quieras”.
El crecimiento en el amor es el tema central en el camino de la santidad, cuya meta es precisamente la unificación plena con nuestro Padre Celestial en el amor. Hacia esta meta nos dirigimos e intentamos hacer todo lo que está en nuestras manos para corresponder al perfecto amor de Dios, de manera que nuestra alma se llene del amor divino.
Se trata de un camino diario, que va de la mano con una comprensión cada vez más profunda de lo que es realmente el amor.
Entonces, ¿cómo hemos de poner en práctica las palabras de San Agustín? En realidad, no es tan difícil: son pasos pequeños, día tras día. Quizá a veces se nos pida un paso más grande: negarnos a nosotros mismos por amor, aceptar de buen grado la cruz por amor, perseverar en los días difíciles por amor a Dios, realizar actos de caridad con el prójimo, renunciar a ciertas comodidades para tener más tiempo para nuestro Padre Celestial, superar determinados miedos que aún podamos tener hacia Dios y crecer así en la confianza en Él, cumplir con amor nuestros deberes de estado, ser indulgentes con las faltas de los demás, servir con sencillez…
Existen incontables oportunidades, y si aprovechamos al menos algunas de ellas, aunque sea una sola, nuestra vida cambiará para bien y nuestro Padre nos lo recompensará.