“Creaste a los ángeles y hombres según tu imagen. Al hombre le diste el Paraíso para que viviera ante tu presencia en santidad y justicia” (Himno de Alabanza a la Santísima Trinidad).
El “cosmos de Dios” no sólo incluye su Creación visible –el entorno material del hombre–, sino también la Creación invisible. Aquí nos encontramos con los maravillosos ángeles, creados también a imagen y semejanza de Dios. Una explicación del Catecismo afirma:
“Como torrentes de luz, los ángeles brotaron del seno del Todopoderoso, numerosos como las estrellas del cielo y la arena del mar; un mundo inconmensurable con incontables jerarquías de conocimiento y poder, con belleza espiritual y sobrenatural. En virtud de su profundo conocimiento y de su gracia, estas ‘estrellas del alba’ y ‘primeros hijos de Dios’ (Job 38,7) son también imagen del Hijo de Dios y de la Sabiduría increada” (Explicación del Catecismo, Joseph Geharbe S.J.).
Nuestro Padre nos dio a estos seres puramente espirituales como hermanos, y ellos cumplen gustosamente su tarea de acompañarnos y protegernos en nuestros caminos.
El lugar originariamente dispuesto para nosotros era el Paraíso, para vivir en gran cercanía a nuestro Padre, que se deleita en estar en medio de sus hijos. En su desbordante y diligente amor, Dios había creado todo el mundo visible para nosotros. Pero nosotros debíamos permanecer en la gracia que nos había concedido y alcanzar la perfección en el camino dispuesto por Él, viviendo en su presencia en santidad y justicia.
Todo estaba preparado y se nos había dado para nuestra alegría. Todo habría sido tan sencillo, si tan sólo hubiésemos confiado en la bondad de Dios y rechazado la tentación, permaneciendo fieles y sin pecar, como los santos ángeles que superaron la prueba.