«Yo soy el Eterno, y cuando vivía solo ya había resuelto desplegar toda mi Omnipotencia para crear seres a mi imagen» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Así que, desde tiempos inmemoriales, los hombres hemos estado en el plan de amor de nuestro Padre Celestial. La certeza de que Él ha pensado en nosotros desde siempre nos eleva por encima del curso habitual del tiempo. Esto se aplica a cada vida que nace de la bondad de nuestro Padre. Es aceptada, es querida, es llamada a la existencia porque así lo quiso nuestro Padre desde siempre y le preparó todo lo necesario. Con infinita sabiduría y cuidado, previó todo aquello que necesitaríamos para vivir. Así lo expresa en el Mensaje a la Madre Eugenia:
«Pero antes fue necesaria la creación de un mundo material, para que estos seres pudiesen encontrar en él su sustento: entonces fue la creación del mundo. Lo llené con todo lo que sabía que los hombres necesitarían: el aire, el sol, la lluvia y tantas otras cosas que Yo sabía que eran imprescindibles para sus vidas».
Si asimilamos profundamente todo esto, meditándolo y agradeciendo a nuestro Padre, nos volveremos cada vez más conscientes del amor que lo motivó. Sobre todo, comprenderemos cuánto nos ama Dios, y este amor nos confiere la razón de ser más bella que podamos tener. Estamos aquí, en la tierra, porque Dios nos ama. Somos las personas que el buen Dios creó a su imagen y semejanza, y para las que dispuso todos los bienes espirituales necesarios para llegar a la eternidad. Él no nos pierde de vista ni un solo instante, sino que, en su amor, vela sin cesar sobre nosotros.