CORAZONES QUE PUEDAN ENTENDERME

“¿Qué es lo que deseo alcanzar a través de esta “obra de amor”, si no encontrar corazones que puedan entenderme?” (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio)

Durante los últimos días, habíamos hablado en los “3 minutos para Abbá” sobre el corazón humano, que el Señor conoce hasta en sus rincones más recónditos. En el breve pasaje que hoy escuchamos del Mensaje del Padre, se nos dice que Él busca corazones que puedan entenderlo.

Entender a Dios significa interiorizar sus motivaciones que siempre brotan del amor, percibir su incomparable bondad y vivir en una relación de confianza con Él, de modo que al Padre le resulte fácil comunicársenos.

La Madre Eugenia Ravasio pudo experimentar esta cercanía, cuando el Padre le aseguró: “Cada día te hablaré un poco sobre mis deseos en relación con los hombres, sobre mis alegrías y mis penas.”

¡Tan cerca de sí puede atraer Dios a una persona, convirtiéndola en íntima amiga suya! No es que Dios la necesite, pues Él posee la plenitud en sí mismo. Pero Él desea esta relación de confianza con el hombre, sencillamente porque lo ama.

Es este amor el que lo mueve a salir en busca de corazones que correspondan a él y lleguen así a entenderlo. Quizá en un primer momento nos resulte un poco extraña la idea de que Dios quiera dialogar con nosotros con tal familiaridad y confianza, siendo así que nosotros, los hombres, a menudo somos tan poco comprensivos, especialmente en lo que refiere al mundo sobrenatural.

Pero al leer el Evangelio nos encontraremos con el discípulo amado, San Juan, recostado sobre el pecho de Jesús; y escucharemos cómo el Señor dice a sus apóstoles: “Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15,15).

Entonces, ¿por qué no habría de ser así con nuestro Padre? ¿Acaso podemos poner un límite a su amor sólo porque nos cuesta imaginar que Él quiera estar tan cerca de nosotros? ¡No, no debemos hacerlo! Antes bien, dejémonos seducir por su amor.

No nos detengamos en cuán pequeños y débiles nos sintamos, ni en lo indignos que somos de este amor. Fijémonos más bien en el amoroso anhelo de Dios por nosotros, y digámosle –aunque sea tímidamente– que queremos ser uno de esos corazones que lo entiendan.